Capítulo 3 "Castigo"

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Ese mediodía, el club Commodore estaba repleto. Sentados en las sillas de cuero bordó de la biblioteca, ancianos ricos leían la última edición de la revista Banqueros. Los inversores esperanzados se agrupaban en torno de la máquina de telégrafo, rogando que subieran las acciones de la plata o del ganado y aumentaran los ingresos.

El club Commodore era el punto de reunión de los operadores de Wall Street, uno de los pocos lugares donde las fortunas antiguas se daban la mano con las nuevas. Aunque las esposas de la sociedad tradicional jamás tomarían el té con las que estaban en una posición inferior, ni aun con aquéllas cuyas fortunas fuesen cinco veces mayores, los hombres del círculo de los Knickerbocker no respetaban esa regla mientras estaban en el club. Se mezclaban sin inconvenientes con los nuevos ricos, aunque sólo fuera para apostar y aumentar sus propias cuentas bancarias. Incluso el viejo esposo de Mei Terumi Astor se relacionaba con los jóvenes y poderosos de Wall Street. En el club Commodore, hasta insistía en que se lo llamara Backhouse, que era su segundo nombre, sobre todo porque después de casarse con la señora Terumi Astor, ésta le pidió que nunca volviese a utilizarlo. Le recordaba "toda clase de vulgaridades".

De modo que tanto los hombres de estirpe como los recién llegados fumaban sus cigarros y bebían coñac en el club Commodore. Conversaban acerca de las alzas y bajas del mercado de valores y, más que nada, acerca del Depredador. Comentaban con minucioso detalle cómo le había ido con el Comstock Lode y si las inversiones en el Banco Marino resultaron prudentes. Sin embargo, ninguno de ellos hubiera invitado a Naruto Uzumaki a cenar, ni esperaban que las esposas frecuentaran a los Uzumaki. Aunque, por una migaja de inversión, todos habrían compartido gustosos con Naruto a las amantes y tal vez, si la compensación financiera fuese lo bastante elevada, habrían condescendido a reírse de los rudos chistes irlandeses del aludido.

Ese día, los Knickerbocker estaban predispuestos a la risa. Al día siguiente, sería muy distinto.

Sin revelar inquietud por las especulaciones que se tejían alrededor, Naruto estaba sentado a una mesa del comedor con su hermano menor, comiendo... ¡carne en conserva y zapallo! De tanto en tanto, alguno de los caballeros echaba una mirada a la mesa de Naruto y, al no descubrir ninguna actividad provechosa, volvía la atención a su propia comida. Así prosiguió el almuerzo, mientras los Uzumaki, a instancias de Menma, gozaban de grandes copas del mejor coñac del club, acompañado por una cafetera de café fuerte.

El ambiente del comedor estaba bastante caldeado. Por supuesto, nadie ignoraba el fracaso de la presentación de la hermana de Naruto, hecho que quedaba opacado porque ese día era martes. Y se sabía que los martes era cuando Naruto compraba.

Kakashi Hatake entró en el comedor y todos los ojos convergieron en él. Era el laborioso agente de Naruto. Se podía poner el reloj en hora por las actividades de Kakashi Hatake. Todos los martes por la tarde, exactamente a las dos, entraba en el comedor del club y se acercaba a la mesa del Depredador. Entonces, Naruto anotaba la orden en una servilleta, y Kakashi se marchaba a cumplirla, con la servilleta en la mano, y seguido por la mirada de toda la concurrencia.

Naruto escribió, y todos los ojos siguieron el movimiento de la mano como si pudieran descifrar las palabras consagradas: barras de plata, Western Union, Ferrocarril de Chesapeake. Cualquiera fuese, el Depredador siempre tenía la seguridad de hacer una fortuna, y los que tenían la buena suerte de imitarlo obtenían beneficios que superaban a la imaginación más alocada.

Naruto concluyó la orden con un floreo y se la entregó a Hatake. Éste hizo una reverencia y giró sobre los talones.

Entonces, ocurrió algo inaudito.

La Dama de la Fortuna los tocó con la varita, pues vieron que la servilleta se deslizaba de la mano de Kakashi Hatake. El cuadrado de tela cayó flotando al piso y la anotación hecha en tinta negra pudo ser vista por todos los que estaban allí. Contuvieron el aliento mientras se esforzaban por leer lo que decía. Luego, Hatake la recuperó y la metió en el bolsillo como si nada hubiese ocurrido. En el otro extremo del comedor, el Depredador ni se molestó en levantar la cabeza. Al parecer, vio que Kakashi había dejado caer la servilleta. De pronto, los hombres comenzaron a frotarse las manos.

Naruhina: Amor y Castigo Where stories live. Discover now