Capítulo 4 "El depredador"

256 15 0
                                    

Hinata apenas advirtió las miradas disimuladas de los sirvientes que la ayudaron a bajar del carruaje marrón de los Hyuga. Si no estuviese lloviendo tanto, tal vez habría sentido una corazonada ante las miradas siniestras, pero mientras la escoltaban bajo el paraguas hasta la entrada de la residencia los pensamientos de la joven estaban lejos de allí, concentrados en otro desastre inminente.

Esa noche asistió a otra de las aburridas veladas en casa de la señora Terumi Astor. Se suponía que debía de ser agradable, aunque no era ése el término que hubiese utilizado Hinata para describirla. La señora Mei hablaba sin cesar acerca de "ese irlandés sinvergüenza", y "sus viles maniobras", al tiempo que los hombres se paseaban por la biblioteca, después de la cena, lanzando maldiciones que, según imaginaba Hinata, hubiesen hecho ruborizar al cochero de la señora Terumi Astor.

Los Knickerbocker habían recibido un duro golpe de Uzumaki, al que ahora llamaban el Depredador. Lo que más los enfurecía no era la ruina económica sino la humillación. Según escuchó Hinata, incluso algunos de los Knickerbocker eran perseguidos por los recaudadores después de haber perdido enormes sumas de dinero en la especulación. Era un hecho inaudito en ese ambiente, y la habría divertido el espectáculo de esas antiguas fortunas perseguidas por unos vulgares buitres, si no fuese porque era una de las próximas víctimas del Depredador.

También Hinata era una Knickerbocker. Había querido asistir al debut de Karin, pero Uzumaki lo ignoraba, y aunque algunos se habían salvado, entre ellos los Terumi Astor porque se suponía que Uzumaki admiraba al viejo esposo de la señora Mei. y porque quería dejar una parte de la sociedad en la que Karin pudiese ser aceptada, Hinata supuso que la ruina de los Hyuga sólo era cuestión de tiempo.

En el fondo, Hinata comprendía los motivos de la cólera de Naruto Uzumaki. La crueldad con que provocaron el fracaso de la presentación de Karin Uzumaki no dejaba de aguijonearla. No obstante, si bien entendía la venganza de Naruto Uzumaki, le parecía demasiado fuerte y arrasadora como para perdonarla. Ella también tenía una hermana y la amaba, sin embargo, sólo un loco sería capaz de llegar a tal extremo para destruir a las personas a las que acusaba de herir los sentimientos de su hermana. Llegó a la conclusión de que sólo cabían dos alternativas: o bien Naruto Uzumaki estaba loco, o bien existía algo en el debut de Karin Uzumaki que lo hería más profundamente que la simple falta de asistencia a la fiesta.

Al bajar del coche en medio de la lluvia, Hinata se sintió oprimida por la preocupación. La velada había sido un tormento, y aunque temía sufrir sobre sus propios hombros la cólera de Uzumaki, todo lo que había podido hacer era reprimir cualquier comentario ácido en casa de la señora Mei, pues los hombres que se quejaban en la biblioteca de su viejo esposo. estaban lamentando sus propios errores. Sabía que no podía emitir ese tipo de opiniones. Hizashi le había manifestado con suma claridad que tendría que mantener el lugar en la sociedad, en beneficio de su hermana. Sin embargo, sentía deseos de castigarlos y esa noche, al ver a esas personas detestables que, sin la menor piedad habían destruido las ilusiones de una muchacha de dieciséis años, le costó esfuerzo controlarse.

Fatigada, permitió que el mayordomo le quitara la capa y sacudiera las gotas de lluvia. Tironeó de los guantes de cabritilla y comenzó a desprender los quince botones que llevaban en la muñeca, mientras cruzaba lentamente el vestíbulo. No prestó atención a los resplandecientes ojos plateados que la miraban desde la sala, ni a la mirada que la recorría de pies a cabeza evaluando el costoso atavío, desde el vestido de satén de color durazno, hasta el hilo de perlas que se entrelazaba con el moño en la nuca. La contemplación de ese costoso atuendo enfureció tanto al espectador, que se levantó y apoyó con un golpe la copa de coñac sobre el brazo del sillón.

-Hinata.

Al oír la voz ronca y airada de su tío, Hinata se volvió bruscamente y lo vio en la entrada de la sala. La silueta amenazadora de Hizashi permanecía en la sombra que dejaba la luz de gas. Si siempre le temía, en ese momento, la apariencia calma del hombre la aterró. Antes de que lo dijera, sabía que había venido desde el hotel de la Quinta Avenida para hablar acerca de Uzumaki. Había venido a decirle que estaba arruinado. La primera sensación fue de auténtico temor, pero luego sintió un extraño alivio. Ahora que por fin había caído el hacha, podía dedicar sus energías a recoger lo que quedaba.

Naruhina: Amor y Castigo Where stories live. Discover now