Capítulo 11 "Señora Uzumaki"

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Llegó el día de la boda, y a Hinata le pareció coherente que aún estuviese oscuro cuando se levantó para vestirse. Madame LaBoueve, que parecía diez años más vieja que cuando se presentó por primera vez en casa de Hinata, llegó con el vestido a las seis en punto. El traje de novia ya estaba terminado: llevaba un jubón ajustado en la cintura con un profuso adorno de pasamanería de perlas que debió requerir un ejército de costureras para realizarlo. La falda era de satén, sujeta atrás y revelaba una bajofalda de encaje holandés. Tenía un velo sencillo y virginal, de tul de seda, que cubría el rostro y caía con elegancia hasta el piso, detrás de la novia. Todo, desde la punta de los guantes de encaje hasta los zapatos de satén, era del color de la nieve iluminada por una vela, incluso el ramo de novia. Naruto había enviado pimpollos de color naranja.

El atuendo era exquisito. No se había escatimado nada. Sin embargo, Hinata no lo disfrutaba. Mientras Natsu le ajustaba el corsé de damasco blanco y la ayudaba a ponerse la ropa interior, también blanca, Hinata sólo pensaba en cuánto hubiese significado ese día para ella si amara al novio. Le estrujó el corazón un doloroso anhelo y junto con él, la aceptación del destino. Tenía que casarse con Naruto. Todo lo que amaba dependía de ello y, sin embargo, ese pensamiento no le brindó mucho consuelo cuando tomó el ramo y aspiró el perfume dulce y fresco de los capullos anaranjados. En los años venideros, esa fragancia inocente debería de recordarle un día feliz. Tal como se presentaban las cosas ya en ese momento el día de su boda era algo que deseaba olvidar.

Antes de que el primer sonrojo de la mañana pintara Washington Square, Hinata ya estaba vestida. No podía sentarse pues se lo impedían los metros de tela de la pesada cola de satén; se quedó de pie junto a la ventana observando cómo la luz del sol iba cobrando fuerza sobre el parque, y el desayuno permaneció intacto sobre una bandeja, en el escritorio.

Se esforzó por no pensar en el sueño: la casita blanca de madera y el hombre sin rostro que se alejaba cada vez que Hinata lo llamaba. Siempre dudó de que fuese posible hallarlo. Y sin embargo, aún pensaba en él, más todavía en esa mañana en que oscilaba entre dos mundos: el que siempre había deseado con fervor que existiera y ese otro trágico que ya se convertía en realidad.

-Señorita, ya es hora. El tío de usted está abajo. ¡Oh, señorita, está hermosa! - Natsu se tocó los ojos-. Está encantadora; lamento no poder estar en la iglesia.

Hinata se volvió desde la ventana y forzó una sonrisa. -Si sales ahora, creo que encontrarás lugar en el banco de la iglesia, con los demás criados.

-¡Señorita, no es posible! ¿Después de lo que le hice a su querido señor Uzumaki? - Natsu ya comenzaba a llorar otra vez.

Al escucharla, Hinata se sintió incapaz de mirar a Natsu a los ojos, y recogió el ramo.

-Tú no sabías que el hombre que irrumpió ayer aquí era mi esp... -carraspeó, horrorizada por su propia equivocación - ...Mi novio. - Se apresuró a corregir.

Era característico de Natsu pasar del llanto a una acalorada indignación en un abrir y cerrar de ojos.

-¡Pero ese individuo tendría que saber que no era correcto lo que hacía! ¡Ayer usted aún no estaba casada! ¡No tenía derecho a entrar en el dormitorio!

Hinata sonrió, incómoda: "Tenía todo el derecho a estar en mi dormitorio", pensó.

-Por favor, ve a buscar a Tokuma para ir a la iglesia. Si tú no estás allí, no será lo mismo.

-¡Oh, señorita, me resulta increíble que hoy la novia sea usted! Parece que fue ayer cuando usted y su dulce hermanita llevaban vestidos cortos. -Natsu miró soñadora el daguerrotipo de Hanabi y estuvo a punto de soltar otra vez el llanto-. Es una pena que la pobre chica muriera tan joven.

Naruhina: Amor y Castigo Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin