Capítulo 27 "Passion"

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Cuando regresaron a la mansión, Hinata estaba exhausta. Naruto salió enseguida hacia la oficina del inspector, y la joven se fue a su propia recámara a descansar y recuperarse del abatimiento. Le pesaba la peligrosa situación de Hanabi, y también las palabras de Naruto. Hinata conocía demasiado bien a su esposo para saber que pretendería alguna recompensa por su buena acción, y en la cabeza de Hinata resonaba "Bridget O'Malley": las palabras incomprensibles eran al mismo tiempo una advertencia y una invitación.

Luego de una siesta breve e inquieta, se levantó y se dispuso a tirar del cordón de la campanilla para llamar a Natsu. Se desvistió con ayuda de la doncella y estaba por pedirle el baño, cuando cambió de idea. Despidió a Natsu, se envolvió en una bata de satén rosado y fue al cuarto de baño contiguo.

Nunca había usado ese cuarto, aunque se comunicaba con su propia habitación y se suponía que la señora de la casa podía compartirlo con el esposo. Todos los días oía cómo Naruto tomaba su ducha cotidiana, pero Hinata siempre había preferido que le llevaran el baño al cuarto de vestir, tal como lo hacía en Washington Square. Después de todo, era una Knickerbocker, habituada a fruncir la nariz ante esos lujos modernos tales como las cañerías empotradas. No obstante, en ese momento tenía ganas de atenerse a normas más modestas. No pudo resistir la tentación de sentir esa abundante lluvia de agua caliente sobre los músculos tensos y doloridos. Como Naruto no estaba, no encontró motivos para negarse una ducha relajante. Necesitaba rejuvenecerse para la velada de esa noche en casa de los Van Dam, y para enfrentar cualquier novedad que trajese Naruto de la policía.

La "ducha", como se la llamaba, estaba en el centro de un enorme cuarto de mármol. Unas cortinas de lino impermeabilizado rodeaban la bañera de mármol para impedir que el agua salpicara. Ponerla en funcionamiento sólo requería hacer girar las llaves cubiertas con láminas de oro y agregar agua fría para moderar la temperatura del agua.

Dejó caer la bata de satén, se destrenzó el pelo y entró en la bañera. Muy pronto, el único temor de Hinata fue que nunca tuviese ganas de salir. Mientras la ducha caliente le caía sobre la cabeza y la espalda, tuvo la sensación de que todos sus problemas se iban junto con el agua por el desagüe. La inundó una oleada de optimismo y comenzó a creer que las cosas se arreglarían. Naruto lograría liberar a Hanabi: era un maestro para resolver este tipo de situaciones. Había demostrado en repetidas ocasiones que podía obtener todo lo que deseaba.

Con el corazón latiéndole al compás de una extraña excitación, Hinata pensó: "Tal vez este ofrecimiento espontáneo de ayudar a Hanabi signifique que le importo más de lo que demuestra".

Cerró los ojos en silenciosa plegaria, en la esperanza de que pudiesen salvar el matrimonio. Le parecía una pesadilla intolerable tener que abandonarlo, incluso si el matrimonio quedaba anulado. Naruto no era ingenioso como Kiba, ni seductor como Menma. Y sin embargo, Hinata se sentía menos solitaria con su esposo de lo que se había sentido con ninguna otra persona, incluyendo a Hanabi. Existía algo en el alma de Naruto que la atraía. Lo percibió aquella primera noche y eso la ligó a su esposo como a un espíritu afín. Tal vez se relacionara con la energía con que removió cielo y tierra para ayudar a su propia hermana: Hinata podía comprenderlo a través de su propio amor por Hanabi.

Sin embargo, resultaba trágico que, por amor a su familia, Naruto la mantuviese apartada e impidiera que pudiesen formar su propia familia entre los dos. Hinata no pensaba renunciar al matrimonio sin luchar, aunque tampoco podía renunciar a su orgullo y suplicarle que la amara. No podía prescindir del orgullo pues sería lo que la mantendría en pie durante los años solitarios que la esperaban si, en efecto, obtenían la anulación del matrimonio.

El agua golpeteaba sobre Hinata como sobre un tambor. El vapor se condensaba en gotas sobre la tela encerada. Tomó el jabón de la jabonera de oro en forma de concha. Olía como Naruto, una suave esencia de hierbas. Cerró los ojos, inhaló y la imagen de su esposo apareció con tal claridad que tuvo la sensación de que si extendía la mano lo tocaría.

Naruhina: Amor y Castigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora