Capítulo 20 "Tregua III"

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Esa noche, Hinata no durmió. Continuó evocando cómo había salido de la habitación de su esposo: espantada, llorosa y ligada a Naruto por nuevos lazos. Había querido ir al cuarto de Naruto sólo para ayudarlo. Cuando él le preguntó por qué había ido, Hinata no supo la respuesta. Le llevó toda la noche comprenderlo.

En el fondo del corazón, había querido entregarse. Quiso lograr que el matrimonio fuese completo y no sólo un juego entre dos personas ligadas por una hoja de papel. Ya no tenía sentido seguir ocultándolo: había ido a la habitación de Naruto con el deseo inconsciente de consumar la relación. Antes, le había parecido incorrecto que los votos nupciales fuesen una mentira, ahora obsesionada por ese irlandés sombrío y melancólico, se había convertido en un crimen, merecedor de un severo castigo.

Tendida en la oscuridad, la vista fija en el cielo raso dorado, Hinata se obligó a reconocer la verdad: quería que ese matrimonio fuese completo. Aunque Naruto Uzumaki no fuese el hombre al que ella creía desear, aunque la riqueza de su esposo le repugnara, aunque nada en él pareciese apropiado para Hinata, ya no podía continuar negándolo. Quería ser la esposa de Naruto en todo el sentido de la palabra.

Las consecuencias duras y penosas de esa idea la apabullaron. Si Naruto y Hinata consumaban el matrimonio, la anulación se tornaba imposible. Sólo quedaría la alternativa del divorcio si Naruto aún se ajustaba al acuerdo y quería separarse. Sin embargo, hasta el estigma social que significara el divorcio sería menos doloroso para Hinata que el rechazo de Naruto después de haberle entregado todo lo que una esposa podía entregar.

"No -Pensó Hinata -, si me acuesto con Naruto, sólo lo haré con la esperanza de unirnos como marido y mujer y que nuestro matrimonio se convierta en algo sólido y duradero."

¿Acaso Naruto pensaría como ella? ¿Podría convencerlo de que creyese en ese matrimonio? Suspiró, y estrujó la almohada de satén, pensando en una casita blanca de madera y en las risas de los niños. Con Naruto, nunca vería cumplido ese sueño. Jamás disfrutarían de una existencia sencilla sin preocuparse por las posesiones, y en cuanto a los niños... tal vez él no los quisiera. Recordó el comentario que hiciera Naruto en Fenian Court, cuando Karin mencionó la posibilidad de un sobrino. Había dicho que Hinata podía tener un niño cuando lo deseara, aunque sólo lo dijo en beneficio de Karin. No fue sinceramente. Sólo le importaban la Bolsa de Valores y las posesiones. No quería una familia que lo estorbase.

Este último pensamiento la entristeció. Si tenía que resignar un sueño para lograr lo que en verdad quería, lo haría sin arrepentirse. Pues lo que más anhelaba era un esposo en todo el sentido de la palabra.

Amanecía cuando al fin se durmió. Cuando Natsu la despertó llevándole el desayuno, ya era tarde.

Hinata se levantó y se vistió rápidamente. No bebió el café pues quería hablar con Naruto para explicar de alguna manera su peculiar comportamiento de la noche pasada. Quería disculparse, y tal vez demostrarle que si bien anoche se había mostrado renuente y confundida, ya no lo estaba.

Se puso un moño de terciopelo púrpura en la nuca, se contempló en el espejo y le agradó su propio aspecto. Tenía un recatado vestido del color plateado que daba a sus ojos un vivaz tono grisaceo. Se pellizcó las mejillas para darles un rubor rosado, y de pronto, el aspecto de princesa helada había desaparecido. Ante ella, se reflejaba en el espejo una mujer aniñada, ansiosa de entenderse con el esposo.

Despidió a Natsu, y se volvió hacia las puertas que separaban su recámara de la de Naruto. Éstas no estaban sobredoradas como las de Newport sino talladas con motivos medievales: letras bizantinas, tréboles y escudos. Esas puertas bien podían ser la entrada a un castillo tenebroso.

No hizo caso del temblor que le corrió por la espalda; golpeó la puerta y esperó el gruñido de Naruto. La respuesta no llegó. Estaba por irse cuando se le ocurrió que tal vez su esposo estuviese en el vestidor y no la hubiera oído. Giró lentamente el pomo y espió dentro. La cama aún estaba sin tender. Era probable que todavía estuviese vistiéndose. Entró en la habitación sin poder evitar la oleada de aprehensión y excitación que la invadió. Lo que hacía era osado pero quería hablar con Naruto en privado, y no en el comedor diario. Y tampoco quería mandarle un mensaje. Para disimular sus propios sentimientos heridos en los últimos días lo había hecho con frecuencia. Había llegado el tiempo de hablar.

-¡Naruto! - Llamó, en dirección al vestidor. No obtuvo respuesta y volvió a llamar en voz más alta. El eco repitió el nombre en la recámara vacía. Se detuvo junto al escritorio, sin atreverse a mirar en el vestidor. Era obvio que se había ido. Y ahora tendría que buscarlo en esa inmensa mansión, y convencerlo de que hablaran a solas.

Frustrada, se volvió para irse pero le llamó la atención una carta que había sobre el escritorio. En realidad, no fue la carta lo que le llamó la atención sino la firma manuscrita en tinta azul, que cruzaba la parte inferior de la hoja. Decía: "Amaru".

Toda su educación, su moral y el instinto de autoconservación le gritaban que no leyera esa nota arrojada al acaso sobre el escritorio de Naruto. La razón le indicaba que se fuese al dormitorio y escondiera la cabeza en la arena, como el avestruz. Mas su corazón, anhelante de saber si había esperanzas para los sentimientos recién descubiertos, la obligó a tomarla.

Mi querido Naruto:

¡Me mentiste! Tu matrimonio está resultando un inconveniente molesto, y me demuestra que soy demasiado tolerante. Si todavía te importo, vendrás hoy mismo a verme. Me siento solitaria, mon cher.

Tu ángel,
Amaru

P.D.: Sé que tu luna de miel acabó. Lo dijeron los periódicos.

Hinata se irguió, pálida, con el corazón agobiado. Si no hubiese estado tan sacudida, habría reído ante el descaro de la mujer. Casi podía imaginarla: la mano apoyada en la frente, el cuerpo arrellanado en un sofá, escribiendo el mensaje para el amante. No obstante, el amante de esa mujer era el marido de Hinata, y en ese instante nada le pareció menos divertido que Amaru Dumont.

Al oír pasos que se aproximaban, Hinata se sobresaltó. Desapareció en su propia recámara en el mismo instante en que las criadas llegaban para ordenar el dormitorio del amo. Sola en su cuarto, anheló poder hablar con alguien, con cualquiera que no estuviese relacionado con Naruto Uzumaki. Como lo había hecho a menudo durante esos tres últimos años, sucumbió a la necesidad interior de ver a su hermana. Sin perder un momento, pidió el coche para ir a Brooklyn.

-Señor, "ella" está ascendiendo al coche. ¿Quiere que mande a alguien a seguirla? - Whittaker, rígido como una estatua, estaba de pie junto a Naruto que leía la edición matutina del Chronicle sentado al escritorio de la biblioteca.

Naruto alzó la vista, con una chispa de frustración en los ojos. Quiso ir en persona tras Hinata, pero recordó las promesas que le había hecho y volviendo la vista al periódico, respondió:

-No.

Whittaker se inclinó; era evidente que no entendía la contención del amo pero la aceptaba. Le entregó una bandeja de plata que desbordaba de tarjetas de visita.

-Las dejaron esta mañana. Señor, ¿las leerá usted o se las dejo a la señora?

Naruto pensó en dejar de lado las tarjetas, luego cambió de idea. Las ojeó y no tuvo necesidad de mirar demasiado. La primera de ellas tenía el nombre del señor Kiba Inuzuka primorosamente impreso; la esquina superior derecha estaba doblada manifestando un mensaje secreto que todos conocían: Tengo que hablar contigo.

-Puedes irte. -Naruto tomó la tarjeta y la estrujó en el puño.

Whittaker se apresuró a irse. Al quedar solo, Naruto se levantó y fue hacia la ventana. Abajo, Hinata acababa de marcharse en el carruaje y la vio partir otra vez con rumbo desconocido. Cuando ya no pudo ver el coche, se volvió y vio en el puño la tarjeta arrugada.

Si los operadores de Wall Street apostaban a que Naruto no toleraría otro viaje secreto de su esposa a Brooklyn, el mercado de valores rompería todas las marcas.

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Continuará...

Naruhina: Amor y Castigo Where stories live. Discover now