Capítulo 22 "Sitio II"

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A la mañana siguiente, Menma desayunó solo. Karin se levantaba tarde, y Naruto y Hinata desayunaban en sus respectivos dormitorios... separados, oyó decir a los sirvientes.

Menma, disgustado consigo mismo y con el mundo, apartó los huevos y examinó el café. Fue hasta el aparador, tomó un botellón que estaba sobre una bandeja de plata y agregó al café un par de gotas de coñac.

Sin duda, estaba atacado por un caso grave de melancolía irlandesa. Ya nada lo hacía feliz. La noche anterior había dado su habitual paseo por Madison Square hacia Broadway - Se lo llamaba "el paseo de los caballeros"-. Por allí circulaban las nymphes des paves, mujeres bellas, elegantes y de buen decir: cada una de ellas era una golosina diferente, para tentar a un individuo aburrido e inquieto. Menma hizo una cita "casual" con una de ellas, una pequeña pelirroja, y la siguió a la casa de pensión.

La velada no tuvo nada digno de destacarse. Visitar un templo del placer para un hombre como Menma era algo corriente. Esas casas no eran ningún secreto, incluso aparecían en "La guía del Caballero", en la que también figuraba la cantidad de "pensionistas", y si se trataba de un establecimiento de primera o de segunda clase.

No obstante, la noche se había echado a perder. Después de cumplir con la dama, se recostó en la cama y la contempló: por primera vez se sentía perdido. Se filtró en la mente de Menma la conciencia de que no tenía nada que decirle a esta muchacha, ni a ninguna de las que conocía. Si no estaba con la pareja del momento en el proceso de satisfacer las necesidades físicas, o en las preliminares, no existía nada entre él y la mujer. No lograba imaginar una muchacha a la que pudiese abrazar, estar acostado junto a ella en la oscuridad y conversar.

Concluyó temprano la velada pagando a la chica el doble de la tarifa, y dándole así doble motivo de satisfacción. Luego, vagó y bebió hasta encontrarse en el Battery. Contempló las luces de la isla del Gobernador meditando, meditando hasta que le dolió la cabeza.

Más de una vez, evocó a la esposa de Naruto. Ésa era una muchacha con quien yacer abrazados en la oscuridad. Sabía que no era para él. No estaba ciego, y percibía que Naruto estaba enamorándose de su esposa, y esa pasión estaba a punto de romper el dique de esa personalidad contenida hasta el momento. Y cuando el dique se rompiera, ninguno de los dos emergería.

Sin embargo, eso era lo que Menma quería. Quería obsesión, seducción. Una muchacha a la que poder abrazar en la oscuridad. Por primera vez en su vida corrupta, Menma deseaba algo que no podía obtener.

Borracho y deprimido, volvió a la mansión esperando aliviar sus penas compartiéndolas con Hinata. Aquello había resultado un embrollo y ahora, saboreando la última gota del dulce café de la mañana que disipaba los restos de los desvaríos nocturnos, se le ocurrió que quizá lo mejor que podría hacer era alejarse por un tiempo. Dejaría que Naruto se enfriase y, entretanto, podría vivir en Newport o encontrar alguna diversión en la costa de Jersey.

Menma salió de la mansión a pie, pensando que le haría bien caminar hasta el club Comodoro. A la luz diáfana de la mañana, el ánimo del joven ya no era tan lúgubre, y luego de un par de copas de coñac en el club, casi se sentía optimista. Después de todo, la vida no era tan terrible. Y esas muchachas... bueno, eran personas agradables; tan agradables que hacia las cuatro y media de la tarde ya había decidido ir a Lord y Taylor y compra de un regalito a la señorita Evangelina de la Plume, para disculparse por su atrevimiento de la otra noche. "Eso aplacará a esta pajarita", pensó con malicia, sabiendo que la señorita de la Plume no era muy distinta de la prostituta de la noche pasada, salvo que era más cara y llevaba más tiempo conquistarla.

Tomó un coche de alquiler por Broadway hasta la calle Veinte Este, donde estaba la deslumbrante tienda de cinco pisos, con frente de hierro fundido. En el primer piso se encontró con palmeras en macetas y espejos franceses de marcos de bronce, que disimulaban el pasado de ese edificio: había sido una tienda de arneses para caballos. Las pinturas, los frescos, los candelabros y, en especial, los interminables kilómetros de mármol provocaron en Menma nostalgia por su propia casa. No habría notado la diferencia si no hubiese sido por el despliegue de colores de los sombreros y guantes que se exhibían en lustrosos mostradores de caoba.

Naruhina: Amor y Castigo Where stories live. Discover now