Capítulo "Epílogo"

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Cuántos amaron tus instantes de graciosa alegría,
y amaron tu belleza con amor falso y verdadero,
Pero sólo un hombre amó al peregrino que vive en tu alma,
y amó el reflejo de las penas en tu rostro cambiante.

William Butler Yeats

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-En invierno, - Susurró una voz femenina, amortiguada bajo el baldaquín de la inmensa cama de nogal-, Hanabi y yo andábamos en trineo por el parque. ¡Cómo nos divertíamos! Un año, papá nos compró un trineo hermoso: tenía forma de concha, estaba pintado de verde oscuro y forrado en terciopelo rojo. Era pequeño, sólo tenía lugar para dos niñas; recuerdo una tarde en que nevaba, nuestro padre nos seguía a caballo, acompañado por los mozos de cuadra, y cruzamos el Central Park. El frío nos enrojecía las mejillas, se sentía el olor fuerte del linimento de los ponies, que nos daba una sensación reconfortante en medio de tanto hielo. Teníamos los pies y las manos congelados, pues nunca usábamos nuestros manguitos, y no queríamos volver a Washington Square, aunque mamá había prometido esperarnos con chocolate. -Hinata acarició el pecho desnudo de su esposo, y disfrutó de la calidez y la firmeza que tocaba. Le dirigió esa sonrisa íntima y misteriosa de las esposas-. Debo de parecerte una consentida.

Naruto no respondió; Hinata acariciaba juguetona el pecho de su marido.

-Cuéntame el mejor recuerdo de tu infancia... sé que tienes alguno. Cuéntamelo.

Naruto contempló el alto baldaquín. La luz fluctuante de la lámpara de gas hacía danzar sombras sobre el rostro pensativo.

-Quizá, mi mejor recuerdo sea el que tengo de mi padre.

Hinata guardó silencio. Naruto le había contado tan poco de su vida anterior, que lo escuchó con toda atención.

-Teníamos familiares en Connemara, y en verano, mi padre y yo salíamos en los botes con los otros hombres, a pescar róbalos en la bahía de Galway.

Hinata lo miró con aire soñador; el acento irlandés, que ahora utilizaba con frecuencia, suavizaba la aspereza del inglés. Le contó de las inocentes tareas infantiles, de la admiración hacia su padre, de la alegría simple de surcar las olas en el curragh, y de ser uno más entre los hombres. Cuando concluyó, el alma de la mujer se compadeció de aquel niño que ya no existía.

Con la mejilla apoyada en el pecho de Naruto, Hinata miró por las ventanas del dormitorio de su esposo; el Frío de febrero escarchaba los cristales. Se quedó callada, con la mirada perdida y lejana.

-Estás pensando en Hanabi, ¿no es cierto? - Preguntó su esposo con suavidad, acariciándole la espalda.

-Pienso en Hanabi y en los sueños. -Permaneció en silencio largo rato-. ¿La encontraremos alguna vez? ¿Y a Hizashi? -La voz revelaba un dejo de tristeza.

-Lo último que averiguamos fue que tu hermana estaba en Bolivia. Tú no puedes ir, mi amor, ya lo sabes. Tendrás que prometerme que dejarás que yo la encuentre. Aunque tal vez lleve cierto tiempo, te juro que lo lograré.

-Sé que la hallarás. Sólo espero que sea pronto.

-Dijiste que estabas pensando en Hanabi y en los sueños. ¿Cuáles eran esos sueños, á mbúirnín?

Hinata esbozó una suave sonrisa.

-Cuando era soltera, solía soñar con una sencilla casita blanca, un esposo, niños. Anhelaba una vida más simple, más modesta.

-¿Te pesa que yo no pueda brindarte esa clase de vida?

-Tú ya me diste la vida que quería. Rica o pobre, quiero tener a mi lado al hombre que amo, una familia... y no importa que habitemos una casita blanca de madera o una mansión junto al mar.

De pronto, Naruto frunció el entrecejo.

-Te sobresaltaste.

Esa expresión feroz, la misma que antes la atemorizaba, ahora la hizo sonreír.

-El niño está pateando. Es igual que el padre, ¿sabes? -Apoyó la mano sobre la Naruto y juntos sintieron las pequeñas sacudidas en el vientre de Hinata.

-¿Cómo sabes que es un niño? También podría ser una niña.

Hinata sonrió.

-¡Oh!, te aseguro que es un varón. Patea y grita: quiere salir al mundo, y sin duda lo hará antes de tiempo sólo para molestar. Te lo dije: es igual que el padre.

Entonces, Naruto le dio un beso tan tierno y profundo que Hinata deseó que no terminara nunca.

-Déspota. -Murmuró Hinata.

Para demostrarlo, Naruto volvió a besarla.

Luego, Hinata se acomodó en el hueco del brazo de Naruto, gozando del peso de la pierna de su esposo apoyada sobre sus propios muslos.

-Te amo, á mbúirnín, ¿lo sabías?

Las miradas se encontraron; Hinata lo contempló con todo el amor que sentía reflejado en el semblante.

-Sí. -Murmuró-. Lo supe en cuanto leí la carta. Desde ese momento, nunca dudé de tu amor.

La mirada de Naruto quedó prendida en la de Hinata.

-Quiero que descanses este mes. No quiero que suceda nada malo. No deseo que te preocupes por tu hermana.

-Sólo espero que Hanabi, esté donde esté, haya encontrado una felicidad tan honda como la mía.

-¿Y tú, eres feliz?

-Te amo, Naruto. ¿Acaso eso responde a tu pregunta?

La respondía. Naruto se inclinó sobre su esposa, le acarició los pechos, la besó en la boca. Hinata extendió la mano y rozó la pequeña cicatriz redonda. Fue una tontería lamentar que su esposo no pudiese bailar el vals. Se le ocurrió en el mismo instante en que el hombre amado comenzaba una vez más la danza del amor.

Naruhina: Amor y Castigo Where stories live. Discover now