CAPITULO 31

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—Dejemos que se vayan— deslizó Aira.

El timbre volvió a sonar.

Samanta sonrió.

Otra vez el timbre...

Ella se inclino y volvió a besar a Aira, moviendo sus caderas.

Entonces, escucharon la puerta abrirse.

Rápidamente, se acomodaron la ropa. Aira lo hizo más rápido.

—Quédate aquí...— le dijo a Samanta.

—No...— respondió ella.

—Es por tu seguridad...

—No...

Finalmente Aira estiro su mano y ella la tomó, sonriente.

—¿ Te Estas burlando de mi?— inquirió Aira.

—No... pero no vuelvas a considerar que te haré caso.

—Solo quería cuidarte.

—Puedo con todo, menos con una cucaracha.

—También le tengo miedo a las cucarachas.

Ambos rieron. Ya pisando los últimos escalones de la escalera.

Una señora, justo se asomó. Por el susto los tres gritaron.

—¡Señora Didi, soy Aira!.

—¡Santo cristo rey!— exclamó la señora. —¡Casi me matas de un susto, he pensando que unos bandidos se ha metido a la casa!.

—¿Y aún así vino sola? Que valiente— deslizo Samanta.

—La señora Didi, es quien limpia y se encarga de la casa por completo... yo le pago mensualmente... — Dijo Aira. —Señora Didi, ella es Samanta... mi...— hizo una pausa, porqué, ¿cómo debía presentarla?.

—Su mujer, mientras se porte bien— sonrió Samanta, abrazando desde atrás a Aira.

—¡Ah señor Aira!... veo que ha pasado mucho tiempo... ¡Bienvenidos a ambos!.

—Vamos a necesitar que te encargues de las compras...

—No— lo interrumpio Samanta.—Qué nos diga en donde comprar y vamos nosotros, quiero conocer el lugar, además necesito ropa... ¿Recuerdas?. No puedo andar por ahí sin ropa interior Aira.— sonrió.

Él se mordió el labio inferior de forma disimulada, y su piel se torno rojiza.

La señora, muy predispuestas le indicó como llegar al centro del pueblo, y también los negocios que tenían cerca.

Luego pactaron que volvería al otro día, para hablar sobre qué si seguiría o no trabajando en la casa, además Aira le pidió su número.

Mientras tanto, Samanta fue al baño, planeaba darse una ducha, pero no habia Shampo, ni nada eso por lo que no lo hizo.

Bajo y se dio cuenta de que la señora ya no estaba.

Al poner atención, se dio cuenta de que Aira cocinaba.

Así que, se quitó la ropa y apareció desnuda en la cocina.

—¿Qué cocinas?— inquirió, apoyada en la puerta.

Aira, volteó con una "espatula" en su mano y un "repasador" en la otra.

—Huevos fritos... por que...— al verla, se le cayo lo que tenia en las manos y por poco tira la sartén en donde se estaban haciendo los huevos.

—¿Te gusta lo que vez?— inquirió sugerente Samanta.

—¿Qué si me gusta?, apuesto que el diablo toma tu forma para hacer caer en pecados a los simples mortales.

Aira, hizo unos pasos para acercarse a ella.

—No...— Dijo Samanta. —Debes cocinar, tengo hambre y no podemos quemar lo poco que tenemos...

Aira, volvio a ponerse al lado de la cocina.

—¡Es injusto!— reprochó. —¡No me puedo concentrar si estas así!.

Samanta rió.

Por suerte para Aira, lo que cocinaba, se hacía rápido, así que segundos después los quito del fuego.

Entonces, se apresuró a acercarse a Samanta.

—¡No!— grito ella. —¡Tenemos que comer!.

Pero su comentario fue inútil, Aira, la cargo en su hombro y la bajo, solo arriba de la mesa.

—¿No es un pecado hacerlo en la mesa donde comemos?.— inquirió.

Aira se quitó la ropa... —Tal vez, no lo sé... pero tengo la certeza que el paraíso siempre ha sido recorrer tu cuerpo con mis labios...

Le separó las piernas y se metió entre ellas.

Samanta reaccionó de inmediato cuando sintió su lengua, en su intimidad.

Su cuerpo comenzó a moverse, sus gemidos se esparcieron por la casa y sus manos, se posaron en el pelo corto de él.

A Aira no le tomó mucho tiempo, hacer que ella tuviera su orgasmo.

Desesperado, le beso la boca. Ella pudo sentir el sabor que resultaba de la mezcla de ella y él en la boca de Aira.

Luego, Aira la acomodó, para eso hizo que se bajará de la mesa y apoyara los brazos, y la mitad del cuerpo superior.

Mordió, masajeo y le paso su lengua a su trasero, para seguidamente, después de unos minutos, entrar en ella, sintiendo que estaba a punto de estallar de deseo.

Sin esperar ni un segundo, comenzó a embestirla. Besando su espalda y dejando huellas de sus uñas en sus senos que no paraba de amasar.

Samanta gemia de placer.

Aira, soltó uno de sus pechos y coloco aquella mano en su garganta haciendo presión, Además los dedos que alcanzaban a llegar a su boca, se los metió.

Esto hizo que Samanta, los chupara deseosa, de más.

Tiempo después, Aira no pudo más, luego de sentir como ella se tensaba por causa de un segundo orgasmo, también tuvo el suyo.

—Ahora si podemos comer— se burlo, agitado.

Samanta se rió.

Se dieron una especie de baño ligero antes, con solo agua por que no tenían más.

Comieron, durmieron un buen rato y luego se dispusieron a ir de compras.

Para eso, pidieron un taxi desde el teléfono que había en la casa.

Habían conseguido el número, gracias a Didi, que se los había pasado cuando llamaron para preguntarle.

El centro, no estaba muy lejos, por lo que podían caminar, pero les pareció mejor el taxi.

Llegaron al supermercado e ingresaron.

Samanta incluso había hecho una lista para no olvidar nada.

Estaban en la sección de limpieza personal, cuando una joven se acercó a ellos.

—¡Aira!...— lo nombro.

Tanto él como Samanta voltearon.

—¡Oh por Dios!, tiempo sin verte... veo que sigues luciendo muy bien— Dijo tocando su hombro.

Samanta apretó sus dientes.

—Betty... — Dijo Aira. — Samanta — volteo a verla. —Ella es Betty... vive acá... o sea es del pueblo... cuando vine hace algunos años atrás, compre la casa y conocí gente... Betty es una de esas personas.

Samanta sonrió de mala manera, pero igualmente la saludo.

—Fuimos más que conocidos — se rió Betty.

Y Samanta parecía que deseaba matarlo con la mirada.

Aira, pudo apreciar su malestar.

—Samanta es mi mujer— Dijo, buscando calmar la situación.









ARDIENTE LUJURIA. Where stories live. Discover now