Capítulo 12

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Poché.

Pasé el trapo por el mostrador dejándolo limpio, rocíe otro poco de limpiador para repetir la acción y terminar con la limpieza.

Guardé todo en su lugar para recargarme en el mostrador echando un suspiro.

— ¿Por qué tan melancólica?— escuché a mi compañera.

Observé a Ana quien parecía luchar en desenredar un látigo.

— Solo pienso en ciertas cosas. — respondí bajando la vista.

— Interesante.

Coloqué mi puño debajo de mi barbilla aún con los pensamientos variando, parecían tener una danza sin fin en mi cerebro.

Lo peor de todo es que los pensamientos tenían que ver con cosas, pero todos y cada uno de ellos me llevaban a ella. A Daniela.

Parecía que había un fuerte motivo del porque la pensaba, y ese era el hecho de que no había sabido absolutamente nada de ella en estos días, era extraño, pero últimamente mi vida tenía más ruido por ella.

Un ruido que me sacaba de la monotonía, un ruido que traía muchas cosas, su voz, sus sonrisas, sus respuestas y extraños comportamientos, pero ahora solo dejaba el ruido que provocaba su distancia y desaparición.

Sabía porque había desaparecido, luego de aquella noche en dónde me vio con Maia, Daniela tomó más distancia, cosa que habíamos roto en la tarde en aquel vestidor al darnos un beso que no encajaba para nada en el “cartucho de besos falsos” gue diferente, y ambas los sabíamos.

Aquel beso me descolocó y me trajo a la realidad, una rara mezcla en dónde moría por volver a probar su boca, y otra en dónde me recordaba que estaba mal, porque sencillamente lo nuestro era una total farsa de un matrimonio de conveniencia que se llevará a cabo en unos días.

¿Pero qué podía hacer? ¿Buscarla y hablar de las dudas qué estoy teniendo?

¿Decirle qué siento todo cómo una locura por qué creo que me estoy enamorando de ella?

— Llamando al planeta tierra Majo.

Sacudí mi cabeza al ver la mano de Ana sacudirse frente a mis ojos.

— ¿Qué? ¿Qué pasa?— cuestioné, Ana alzó una ceja.

— Te pedía ayuda con este látigo, pero parece que la que necesita ayuda eres tú. — replicó burlona.

— Es complicado. — musité.

— ¿Quieres hablarlo?

Apreté los labios vacilante, pensando si sería buena desahogarme o no con Ana, podría hacerlo con Liz, pero el solo contemplar la idea me hacía escuchar su voz diciéndome un: te lo dije.

— Es sobre mi pronta boda.

— Válido. — contestó Ana. — ¿Son los famosos nervios de novia los qué te atormentan?

— Ana, voy a decirte algo, pero espero guardes el secreto o me veré obligada en cortar tu lengua, cocinarla y dársela a alguien.

— Puedo vivir, pero quiero mi lengua porque así tengo sexo. — respondió serena, reí. — Cuéntame.

Le conté toda la historia a Ana, cómo conocí a Daniela, cómo es que llegamos a tener el acuerdo del matrimonio y cómo ahora todo era tan confuso.

— Fácil, ambas sienten algo, pero no lo ven aún porque son ciegas o idiotas.

— Tu conclusión no me ayuda. — admití en un resoplido.

— Oye, si no te gusta la verdad es problema tuyo.

Indeleble || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora