Capítulo 19

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Poché.

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Han pasado varios días desde que Daniela se fue de la casa.

No he sabido absolutamente nada de su existencia desde ese día, no niego que eso me genera demasiada ansiedad y angustia, una parte de mi recuerda ese día a detalle.

El cómo ella sostenía la maleta. El cómo evitaba mirarme. El cómo ponía excusas para alejarse de mi. El cómo me daba la espalda hablando sobre su hombro. El cómo cruzó la puerta diciendo la frase más absurda para cerrar la puerta e irse en su coche.

Sí, recuerdo todo a detalle, y también recuerdo cómo tuve el impulso de seguirla, pero no hice nada, solo me quedé ahí, parada cómo una estatua sosteniendo el pomo de la puerta, mi corazón retumbando dentro de mi cabeza y el sentimiento de sentirme sola arrasando con cada partícula de mi ser.

El pensamiento de que ella no iba a dejarme se derrumbó, se esfumó cómo ceniza que se la llevó el viento al verla cruzar la puerta, recordándome la realidad que había vivido durante mucho tiempo, que estaba sola, y no dolió tanto el golpe de realidad porque ya los había tenido muchas veces.

Me quemó sentirme abandonada por el ángel que creí no se atrevería a dejarme sola nunca más.

Ese pensamiento me acompaña desde ese día, y a pesar de que mis emociones ganan en querer buscarla y preguntarle un por qué, me trago todo para vivir en la inmensidad de esa casa que de alguna manera dejará de consumirme, eso sucederá al tener a mi hermana conmigo para poder irme a cualquier otro lugar lejos de Daniela Calle.

Mi ángel que ahora solo habita en mis sueños.

— Despavila, querida.

Unos dedos tronando frente a mis narices me hizo salir de mis pensamientos.

— Lo siento. — me disculpé con Ana. — Me fui lejos.

— Se nota. — respondió enchinando sus ojos. — ¿Se trata sobre tu esposa?

Suspiré para tomar la caja del mostrador e ir a la parte de atrás.

— Aún no entiendo porque sigues pensando tanto en el asunto en lugar de hacer algo.

— ¿Y qué podría hacer? Ni siquiera sé dónde está. — resoplé. — Además, ella es la que se fue no yo.

— Me estresa su falta de comunicación.

— No es tanto mi culpa.

Dejé la caja en el suelo para sacar el cúter de mi pantalón y abrirla.

— Quise hablar con ella al día siguiente de la boda pesar de...— suspiré con tristeza. — Sentir su despedida en el que se supone era nuestro primer baile de esposas.

— Eso debió doler.

Me quedé en silencio dándole varios paquetes a Ana.

Tenía razón, debo admitir que el día de la boda fue algo agotador, tanto que terminé llorando en la habitación del hotel al no soportar esa sensación de que perdía algo que no tenía aún.

Añadiendo el hecho de que mi beso con Maia fue algo sorpresivo, inoportuno y problemático. Estaba muy segura de que por ese beso había ilación a los comportamientos de la que se supone es mi esposa.

— Bueno, tienes un punto. — comentaba Ana. — Pero si me pongo en los zapatos de la guapetona de tu esposa estaría en depresión.

Lanzó el paquete que le di al estante sin importarle el orden.

Indeleble || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora