Capítulo 43

5.1K 532 53
                                    

Calle.

Un sonido desesperante logró que soltara un gruñido quitando mi sueño.

Me acurruque más en la almohada tratando de dormir, pero el sonido seguía insistente, adormilada estiré el brazo hasta dónde provenía, alcancé mi teléfono y abrí un ojo.

Una llamada perdida, fruncí los labios y dejé el teléfono en su lugar para volver a dormir, hasta que caí en cuenta.

«¡Tengo que ir a entrenar!»

Di un salto de la cama tomando mi teléfono, tenía muchas llamadas perdidas de Antúa. Iba a matarme.

Enredando los pies entre la ropa corrí al baño para darme una ducha rápida, estuve pocos minutos bajo al agua, salí de la ducha para cepillar mis dientes.

Abrí mis ojos grandes al ver mi pecho y cuello, estaba con chupetones.

— Mierda. — susurré terminando de cepillar mis dientes.

No había dormido casi nada, razón por lo cual se me hizo tarde.

Es obvio que no iba a quejarme, había tenido una exhaustiva noche llena de sexo con mi esposa, teníamos meses sin haberlo hecho y ayer fue maravilloso.

Aunque me preocupaba un poco, habíamos discutido por Michelle, al parecer los celos de Poché despiertan con solo escuchar ese nombre. No entendía el porque, no niego que la mujer siempre quiso algo conmigo, pero no es mi tipo y no me agrada cómo persona.

Tengo entendido que ayer fue la gota que derramó el vaso, provocando que Poché y yo discutieramos, para mí era una tontería porque solo quería quitarme a Michelle de encima, pero luego de pensarlo me puse en su lugar y me sentí mal.

Venía a arreglar las cosas con ella antes de ir a la cena, pero ella simplemente me atacó y me encantó, así que no fui a la dichosa cena.

No sabía si el tema estaba resuelto aún, tenía mis dudas porque el comportamiento de Poché ayer fue muy raro, añadiendo su hambre voraz por el sexo.

¿Ella habrá comido algo? La duda me rondaba en la cabeza.

Pasamos casi siete horas teniendo sexo, he dormido apenas dos horas y me dolía el cuerpo, la cadera, la quijada, todo, hasta el alma.

Pero no voy a quejarme.

Una vez terminé de vestirme y encontrar una camiseta con botones hasta el cuello que lograba taparlo, escribí una nota.

Me acerqué a mi esposa que aún dormía cómo un perezoso.

— Cariño. — escuché un quejido.

Dejé un beso en su cabeza con una sonrisa, pegué la pequeña nota en la almohada para tomar mis cosas e irme.

Mi teléfono vibró de nuevo con una llamada de Antúa, la ignoré viendo que tengo poca batería. Genial.

Rato después llegué al punto de encuentro, Antúa al verme puso sus brazos en jarras con semblante serio.

— Ya sé, ya sé.

Dejé la pequeña maleta de lado para sacar mis botas, no me había dado tiempo ni de ponermelas.

— Dan, el tiempo es oro. — regañó. — ¿Cuándo será el día que llegues temprano?

— No me regañes.

Deslicé la bota en mi pie para subir el cierre de un tirón, hice lo mismo con la otra bajo la atenta mirada de Antúa.

— Debo suponer que tú retraso se debe a Majo.

Indeleble || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora