Capítulo 34

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Calle.

Hoy era uno de esos días en dónde mi buen humor se encontraba bailando en las nubes.

Era increíblemente sorprendente cómo una persona podía hacer que eso pase, en mi caso, María José era la encargada de hacerme sentir así.

Había pasado la mejor noche de mi vida con ella, después de tanto sufrimiento, tantos malentendidos, tantas cosas, ella y yo pudimos dejar todo de lado y entregarnos a lo que hace mucho sentíamos, al amor.

No podía evitar sonreír ampliamente al pensar en ella, recordar su calor acobijandome, sus besos en la mañana y escuchar su risa, ver sus ojos y perderme en ellos, esas cosas eran mi nueva actividad favorita.

Sin embargo, no todo podía ser perfecto.

Una parte de mí tenía un conflicto, ese conflicto se trataba sobre la rubia que me sacó de mis casillas el día de ayer. Por supuesto que con mi enojo, los celos rebasando cada racionalidad en mí al verla con Poché, solo logró que perdiera mi elegancia dejando bofetadas en su cara.

«Ojalá le hubiera quedado marca» pensé.

Estacioné el auto apagando el motor, estiré mi brazo hasta los asientos traseros para tomar la maleta de hombro con mi ropa y demás, bajé del coche cerrando las puertas con el mando.

Caminé hasta la entrada del lugar, me detuve al ver a una mujer que parecía no poder avanzar con su silla de ruedas.

— ¿Necesita ayuda?— pregunté acercándome a ella.

— Oh, mi hija se fue a traer algo al coche, quise subir pero no pude. — explicó con semblante triste. — Aún no me acostumbro a esta silla.

— Entiendo.

Me puse detrás de ella para ayudarle a subir, dejándola en la entrada, la mujer me sonrió con calidez.

— Muchas gracias.

— No hay de que. — le sonreí a medias. — Si me permite decirle, le deseo mucha suerte con su recuperación y verá cómo logra salir adelante.

— Eres muy amable. — dijo la mujer. — Tendré en cuenta tus palabras.

— ¿Mamá?

Di media vuelta al ver cómo la hija de la mujer aparecía, le di un último vistazo para adentrarme al lugar.

Por alguna razón ver esa mujer me trajo un deja vú de cuando vine aquí por primera vez, es cómo si haya retrocedido al pasado para ver al presente y darme cuenta del resultado de enfrentar las adversidades.

Una parte de mí me decía que esa mujer, también enfrentaría la situación cómo tuve que hacerlo yo.

Saludé a los rostros conocidos en el centro de rehabilitación, algunos ancianos dándoles breves abrazos porque los conocía desde que llegué aquí.

— Me alegra verte mucho mejor. — decía Teodoro.

Él era un dulce señor que siempre me daba ánimo, además de darme dulces de contrabando porque padecía de diabetes.

— Me siento mucho mejor, ¿tú ya dejaste de comer dulces?

Él buscó en sus bolsillos pasándome un dulce, lo miré divertida negando, él llevó su dedo a su boca pidiendo silencio.

— Será nuestro secreto.

— Nuestro secreto. — dije imitando su anterior gesto. — Pero deja de comer dulce, no es bueno para tu diabetes.

— Teo, te confisque todos los dulces. — decía su enfermera llegando hasta nosotros. — Sabes que es malo para tu diabetes, por eso te los quito.

— No los de mis calcetines.

Indeleble || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora