Capítulo 35

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Narrador.

Se suele pensar que conseguir un nivel máximo de satisfacción está en las más grandes y ostentosas situaciones de la vida, sin embargo, olvidamos lo irreal que puede darte en emociones una pequeña cosa.

¿Por qué no sentirse satisfecho con la sonrisa del bebé que te observó camino a casa?

¿Por qué no sentirte satisfecho de terminar esa espantosa tarea qué sacó tus lágrimas y quitó tus horas de sueño?

¿Por qué no sentirte satisfecho con la carcajada de tus seres queridos?

¿Por qué sentirte satisfecho con la anécdota qué contó tu abuela entre risas y complicidad?

¿Por qué no disfrutar las pequeñas cosas de la vida por tener los ojos en una meta ambiciosa qué solo nos exige?

A veces olvidamos ser humanos.

Daniela tenía claro eso, porque desde que ella tenía uso de razón, algunas veces se sometió a situaciones que no le daban un beneficio o lo hacía por terceros, olvidándose de ella misma en el camino.

Aunque no podía quejarse mucho, porque a pesar de tomar ese camino, la vida le supo dar pequeñas recompensas que siguen en su vida, pero sabía que la mujer que la veía bajo las sábanas con una sonrisa en su rostro era más que una recompensa.

«Es otra oportunidad de disfrutar la vida, contigo» pensó.

Jamás pensó en enamorarse de tal forma que sería capaz de arrancarse el corazón del pecho y dárselo a ella, a su esposa. Nunca lo creyó, pero ahora que se perdía en sus ojos tenía confirmado que lo haría sin rechistar.

Sabía que ni siquiera una sola competencia en dónde ganaba el primer lugar le dio la satisfacción que tuvo al oír la risa de su esposa.

Y ahí estaban, bajo las sábanas de un sofá cama, era de madrugada y sus pieles desnudas les daban el calor que necesitaban, las risas casi silenciosas sacudían su pecho y los pequeños besos daban el calor a su corazón.

— Después de tirarle el café a un cliente, mamá y papá me encargaron de cuidar a Vale y no ser la mesera de la cafetería.

Daniela soltó una risita.

— ¿Cómo no? Ibas a llevarlos a bancarrota.

— Mala. — se quejó la morena. — De todas formas no me quejaba, siempre le robaba un trozo de flan a mamá, era feliz con poco.

— Y eso no está mal. — la castaña comenzó a recorrer la nariz de su esposa con su dedo. — Es decir, yo prefería eso a oír los gritos de mamá y papá.

— ¿Discutían mucho?

— Siempre era por mí. — soltó una risa vacía. — Luego de enterarme de la infidelidad de papá, él intentó arreglar la situación dándome todo a manos llenas, pero nunca se presentó a mi primera competencia, ni a mis graduaciones o el día del padre. Él solo buscaba meterme al negocio familiar para seguir su legado, no lo quería y por llamar su atención comencé a hacerle cosas que lo avergonzarán.

María José miraba atenta a la castaña que ahora recorría su pecho, concentrada en traer los pesados recuerdos que jamás le había dicho a alguien.

— Por eso cada vez que le hacía alguna fechoría según él. — detuvo el recorrido para hacer comillas con sus dedos. — Iba a dejarme a casa de mamá, peleaban por mi comportamiento, él le echaba la culpa a ella y le recalcaba que no parecía hija suya, que solo le servía para dar dolores de cabeza.

— ¿Tú los escuchabas?

— Era imposible no hacerlo. — atrapó la mirada de su esposa con la suya. — Una vez mamá lo echó de casa a punta de escoba porque la tenía harta, recuerdo que lo último que le dijo fue cómo...— frunció el ceño tratando de recordar. — Ah, que si lo volvía a ver le iba a cortar la tripa y se la daría de comer a los peces.

Indeleble || TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora