Epílogo

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Diez años después...

Apo se paró frente a la chimenea de su casa con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón caqui. Él y Mile compraron hacía varios años una mansión para ellos y los niños justo después de su boda. Todavía el recuerdo de cuando Mile le propuso matrimonio se siente como si hubiera sido ayer.

Mile realmente había pasado un infierno los meses en que Apo estuvo en coma. Él mismo estuvo grave por la herida en su pecho, pero nada lo detuvo de prácticamente mover cielo, mar y tierra para que los mejores médicos se encargaran de él.

Apo le debía su vida a Mile, literal y figurativamente. Si no se hubiera movido tan rápido como lo hizo a pesar del golpe en su cabeza y sus heridas y no lo hubiera salvado de una caída inminente al vacío, probablemente hubiera muerto ese día.

Si Apo dijera que siente que Grace tuviera ese destino estaría mintiendo. En su mente herida ella se merecía la muerte que tuvo después de haber acabado con sus vidas.

Luego de que salieron del hospital se metieron de a lleno en la crianza de Mike. Era un niño tan dulce y hambriento de afecto que a Apo se le partió el corazón. En cuanto esos enormes ojos café oscuro idénticos a los de Mile lo miraron cayó irremediablemente por él.

Mike aceptó su amor sin protestas. A partir de ese día era su papi favorito. Mile se suavizó poco a poco con el niño, a veces tenía esa mirada dura dirigida hacia a él cuando hacía alguna travesura, pero cuando no estaba mirando velaba por su seguridad y felicidad. Mile era así. Duro por fuera y blando por dentro.

Eventualmente Mike dejó de preguntar por su madre. La psicóloga infantil recomendó decirle la verdad, que murió en un accidente, de esa forma cuando creciera no existirían malos entendidos ni rencores guardados por no contarle esto.

Apo bebió su café lentamente. El sabor amargo y dulce le golpeó el paladar. Muchas cosas cambiaron en su vida desde que aceptó estar con Mile hasta que la muerte los separe, pero no se arrepiente, jamás lo haría.

—Papá, estás poniendo de nuevo esa expresión apestosa—la pequeña voz masculina de Mike lo hizo girarse—

Una sonrisa tranquila tiró de sus labios.

—¿Qué haces despierto, jovencito?—Apo dejó su taza en la mesa de café y se enfrentó a su hijo—

Sí, porque este era su hijo. Lo sintió así desde que el pequeño de dos años lo catálogo como su papá y pidió por su abrazo.

—Ash no podía dormir, así que me quedé en su habitación hasta que se rindió—Mike bostezó suavemente mientras se frotaba un ojo—

Apo le revolvió el pelo y le sonrió. Ashley era su hija menor. Tenía cinco años recién cumplidos. Literalmente era la princesa de la casa. Tenía a sus abuelos envueltos alrededor de sus regordetas manos y a Mile y Mike totalmente enamorados de ella.

Apo tuvo miedo de proponer un vientre de alquiler años atrás. Ya tenían a Mike y estaba bastante grande. Se sintió algo cohibido de desear un hijo suyo. Tal vez Mile lo vería cómo egoísta o ambicioso.

Para su total sorpresa, Mile estaba hasta más emocionado que él. Y a los ocho meses y diez días nació su rayo de luz. Así le puso de cariño, su pequeña luz porque les trajo felicidad a todos.

Mike adoraba a su hermanita, se volvió su protector y caballero de brillante armadura. El pecho de Apo se calentó ante la imagen de sus hijos corriendo por la casa, riendo y jugando mientras los adultos se reunían en la sala de estar.

Era navidad, así que no se podía perder la costumbre de cenar en la mansión con toda la familia reunida.

—Papá—Mike lo miró con sus enormes ojos llenos de admiración y Apo se agachó—

Dulce Secreto// MileApo +18Where stories live. Discover now