36. Conversación Ajena

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Narra _____

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Narra _____

Luego de lo sucedido en el auto, Adrien se encerró en su habitación y se negó a hablarme sin importar cuánto le rogara para que me abriera la puerta.

Incluso llegué a pensar que de nuevo se había escapado por la ventana y que en realidad estuve hablándole a una habitación vacía durante más de una hora, pero éso es sólo una idea que me hice para consolarme a mí misma.

Me rendí cuando no obtuve respuesta y regresé a mi cuarto ―temporal―, para distraerme de las terribles ganas que tenía de llorar.

Juro que yo no era tan sensible antes de ésto.

Le envié una foto del ultrasonido a Kagami y a Noreen, quien me aconsejó ―exigió―, que le dejara una copia al señor Agreste en su oficina. Y no es que me pareciera una mala idea, es sólo que el peligro y la ansiedad que representaba entrar al único lugar prohibido de la casa era aterrador.

Lo hice, por supuesto, pero la pequeña misión fue suficientemente agotadora para drenar lo que quedaba de mi energía y así fue como caí dormida a las siete de la tarde y desperté doce horas después, justo a tiempo para ir al colegio.

El auto que me lleva y me trae es lo más discreto posible, tanto al salir de la mansión como al ingresar nuevamente. Ni siquiera me lleva hasta el instituto como tal, pues me deja algunas cuadras antes y me recoge en el mismo lugar al salir.

El señor Agreste toma muchísimas precauciones cuando se trata de mí y de la posibilidad de arruinar su nombre…

Al llegar, lo primero que hago es pasar por mi casillero en busca de los libros que necesitaré. La primera clase del jueves es matemáticas, y aunque normalmente odio la materia, hoy agradezco tener cualquier cosa que logre distraerme de pensar en Adrien, en Chat Noir y en lo mucho que me confunde cada uno.

Para ser honesta, si alguien me hubiera dicho hace dos meses que encontraría calma, comprensión y estabilidad junto a Adrien, y que la idea de pelear con él me aterraría lo suficiente como para rogarle por más de una hora que hiciéramos las paces, probablemente lo habría mandado al diablo luego de acusarlo de demencia.

Y ya ni siquiera sé qué hacer con respecto a mis sentimientos por el minino. Todas ésas emociones intensas, fascinantes y adictivas que sólo experimento al estar junto a él. Creí que todo estaría bien mientras pudiera verlo de vez en cuando, recorrer París en sus brazos cada cierto tiempo y hablar con él como dos buenos amigos en la cima de la Torre Eiffel.

Conocidos, _____, sólo buenos conocidos. ¿Qué tipo de amiga no sabe el verdadero nombre de su amigo?

El pesimismo de mi consciencia golpea el lado sensible de mi pecho y me obligo a no llorar ahora. No es el momento ni el lugar para ponerse sensible.

Jamás he llorado en la escuela y hoy no será la primera vez.

―Pero mira a quién tenemos aquí, mi juguete barato favorito...

El Secreto Que Compartimos (Chat Noir/Adrien y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora