Capítulo tres

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Existe una pequeña cuidad escondida al sur de Francia, un lugar silencioso y hostil, adoctrinados con mandamientos religiosos y reglas que solo los puros respetan

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Existe una pequeña cuidad escondida al sur de Francia, un lugar silencioso y hostil, adoctrinados con mandamientos religiosos y reglas que solo los puros respetan

Lo normal es ir los domingo a misa, no visitar el motel de ruta para verse con hombres a cambio de dinero, pero eso lo contare más adelante.

Nos mudamos a Wonderf hace unos años cuando mi hermana comenzó a empeorar, mi madre conocía al pastor del pueblo y entonces la convenció de ser esté el mejor lugar para vivir. Desde entonces no cumplí ninguna de esas reglas, tal vez ese sea el motivo de mi castigo.

Me limpió el maquillaje corrido de mis ojos y observo las hebras blancas de mi cabello. Mi piel se ve más pálida de lo normal y mis ojos grises un poco más tristes. Mis labios tienen a penas una pigmentación rosada, realmente me veo como si estuviera muerta.

«¿Tal vez lo estoy, no?»

Me sumerjo en la bañera, dejo que la calidez del agua calme mi pesar y el dolor de mis huesos. Paso por la habitación de mi hermana  y no siento nada.

Busco un vestido para la entrevista con el psicólogo, algo ni muy colorido ni demasiado oscuro como para que sospeche de mí.

—Se nos hace tarde, ¿estás lista?—Mi madre me acomoda el moño en la cabeza, observo su rostro serio desde el espejo —. Espero que no nos decepciones.

¿Desconfías de mí madre?

—¿Debería hacerlo, Venus? —me pregunta —. Confiaba en mis hijas hasta que una termino muerta y a la otra la acusan de asesinarla.

Su voz es fría y benévola. Tiene los labios perfectamente pintados de rojo, su traje negro parece recién salido de la lavandería y su cabello es tan parecido al de Elizabeth que me cuesta mirarla.

¿Me culpas por lo qué le pasó?—Cada vez siento más ajustado el moño de mi cabeza.

—Elizabeth era una jovencita muy rebelde y tú siempre quisiste ser como ella. —Lo dice con frialdad, como si no conociera el dolor—. Todos nuestros pecados tienen una consecuencia.

—Tal vez no sea mi culpa, si no la tuya por no ser una buena madre para nosotras.

Mi madre me da una cachetada, contengo las lagrimas y le digo:

—Ojalá pudiera ser tan fría como tú.

Sus ojos asquerosamente verdes no dicen nada, no hay dolor en ellos, nada.

Mi madre sonríe con cinismo y me dice:

—Te espero abajo.

Me siento en la parte trasera del auto mientras escucho a mis padres hablar. Mi mente divaga sin poder concentrarse en algo hasta que llegó a la consulta.

¿Hay algo que puedas recordar que no le dijiste a la policía?—me pregunta una señora mayor de cincuenta años esta frente a mí tratando de sonar compasiva desde que llegue.

Ella tiene un cuaderno en la mano y las piernas cruzadas, esperando ansiosa por mi respuesta.

—Solo recuerdo lo que mencioné.

¿Puedes decirme porqué tú y tu hermana estaban discutiendo antes de que todo eso pasara?

—Fue una típica pelea de hermanas.—Miento—. Recuerdo que me había molestado que me haya mentido y ahí comenzó la pelea.

—¿En que te mintió?

—La verdad que no lo recuerdo.

—¿No tenía nada que ver con su enfermedad?—me pregunta—. Sé que solía tener cambios de humor y podía llegar a ser agresiva.

—Nunca lo fue conmigo—vuelvo a mentir.

La doctora anota algo.

¿Cómo te sientes ahora mismo?

—Peor de lo imagine.

Su semblante se arquea apenas un poco.

—¿Te lo imaginaste alguna vez?

—Es un decir.—Respiró hondo—. ¿O no se puede decir ironías acá?

—Por supuesto que sí.

Y vuelve a anotar en su estúpido cuaderno negro.

—¿Cómo era tu relación con tu hermana?

Miro hacia la ventana y me relajo ante su pregunta.

—Ella era todo para mí. Elizabeth era simpática y bonita pero tenia algo más admirable que eso y muy pocos conocían, era inteligente. Brillante.—Hago una pausa, tratando de sonar menos entusiasmada al hablar de ella—. Siempre estaba para mí cuando la necesitaba.

—¿Y tú lo eras todo para ella?

—A veces.

Espera a que diga algo más pero me quedo en silencio. Miro hacia otro lado, evitando que me pregunte sobre eso.

Se ve que se querían mucho.—Deja a un lado la libreta y hay un breve silencio entre nosotras−. ¿Tienes idea de quién le hizo eso?

Tal vez.

—Todos piensan que fui yo—confieso—.  Pero ojalá lo supiera.

—¿Qué harías si lo supieras?

Lo mataría.

—¿Usted qué se imagina?

—¿Qué haría si lo supiera?—vuelve a preguntar.

Tendría mucho miedo y odio, pero estaría feliz de qué por fin lo hayan encontrado.

Sé que está probándome así que debo darle lo qué quiere escuchar.

Muy bien. se pone de pie y estrecha su mano conmigo. La sesión terminó por hoy.

—Doctora, ¿puedo decirle algo más?

Dime.

—Lo que le pasó a Elizabeth no fue un accidente. Quién lo hizo la conocía muy bien, y creo a mí también.

¿Por eso te sientes culpable de su muerte? ¿Crees que fuiste tú?

¿Qué pasó con Elizabeth Parker?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora