Capítulo dieciséis

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Narra: Venus

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Narra: Venus

Hans me mira de arriba abajo, me tapo con verguenza.

—Te seguí, ¿esto es lo que haces, en serio? —se aprovecha de mi verguenza.

—Creí que ya lo sabías.

Él tensa su mandíbula, con intenciones de responderme pero de repente escucho más fuertes los gritos de Andrus.

—¡Sube al auto! —me grita Hans.

No tengo manera de negarme así que me subo y cuando arranca vuelvo a respirar.

—¿Quién era él? —me pregunta Hans, mirando fijo hacia delante.

—Un cliente —respondo, observando los árboles que pasamos por la carretera —. Pero no es lo que parece, no le robe nada realmente.

—¿Y por qué gritaba eso?

—Por qué me escapé de él.

Hans aprieta con fuerzas sus manos sobre el volante y frunce el ceño.

—¿Por qué volviste a ese lugar? —él gira su cabeza y me mira con curiosidad.

Pienso en muchas cosas para decirle, pero hoy solo deseo decir la verdad.

—Él era cliente de Elizabeth —digó —. Quería encontrar algo... respuestas.

Hans asiente con la cabeza.

—No lo sigas haciendo, no creo que encuentres demasiado.

—¿Y cómo sabes eso?

—Solo pienso que su muerte no te puede seguir causando más problemas.

Respiro ondo y enciendo la radio. ''Creep'' de Radiohead empieza sonar.

—¿Por qué me seguiste? —le pregunto.

—Cuando te vi vestida así me di cuenta lo que ibas a hacer.

−Gracias...

Él dobla en dirección contraria de mi casa y estaciona el auto en frente de un bar.

—Supongo que tienes hambre —dice, y no puedo evitar sonreír.

Entramos al bar donde la música casi aturde mis oídos. La luz es tenue y hay pocas personas a nuestro alrededor. Nos sentamos en la barra y Hans se pide un Whisky para beber. Yo me pido algo para comer y en cuestión de minutos llega nuestra orden.

—¿Siempre hacías eso por Elizabeth? —Hans me pregunta, refiriéndose a lo del motel.

—Solo cuando ella no podía.

Alzó la mano, y una vez que se acerca el bartender le pido:

—Puede ser un whisky para mí también, por favor.

Hans sonríe, entonces una copa se convierten en dos, y tal vez fueron cinco y ahora los dos estamos muy ebrios como ser consciente de lo cerca que estamos.

Siento su aroma, tan fresco y a la vez muy agresivo.

—No quiero volver a casa —le susurro —. ¿Quieres bailar?

Hans se ríe y niega con la cabeza, pero lo tomo de la mano y lo acercó hacia mí. La música ya no está tan fuerte como antes, tal vez porque ahora solo escucho mi corazón acelerado.

—Permiso −me pide, y me toma de la cintura para bailar conmigo.

Me ríe de él cuando pisa mis pies.

—¿Alguna vez bailaste con una chica? —le pregunto.

Niega con la cabeza.

—Eres la afortunada.

Sonrió y todo me da vueltas.

—Eres linda cuando no estas tan preocupada —me susurra Hans.

—Tú también eres lindo cuando no estas siendo un idiota.

—Jamás creí escucharte decir que soy lindo.

—Y yo jamás creí estar bailando contigo, pero aquí estamos —dejó de sonreír y me pongo seria —. Gracias por traerme, estaría en un problema sino hubieras estado ahí.

Hans me mira fijo, y pasa una de sus manos sobre mi mejilla.

—Alguien como tú merece ser tocada por amor, no como esos hombres deben hacerlo —susurra.

Me siento tan indefensa y borracha que me acerco a él y lo beso. Hans me sostiene con fuerza de la cintura y me devuelve el beso con euforia.

—Lo siento —me dice y se aleja de mí confundido —. Estamos muy borrachos los dos, es mejor que regresemos.

Hans deja el dinero sobre la mesada y camina hacia la salida. Me quedo petrificada, con el corazón acelerado y la verguenza apoderándose de mí.

Subo al auto, Hans ya está dentro de él y en ningún momento me mira al entrar. No digo nada, pero maldigo lo que hice hasta que poco a poco el efecto del alcohol va disminuyendo.

Hans me deja frente a mi casa y nos despedimos con un gusto amargo en la garganta.


NARRA: HANS

—¿Qué estás mirando? —me pregunta mi padre, apareciendo en la puerta de mi habitación.

Guardo las fotos en la caja y la escondo bajo la cama.

—Creo que hoy cometí un error —le digo —. No sé que estoy haciendo.

Él se sienta a mi lado y me observa.

—Dios siempre te está escuchando, entrégale tus miedo, hijo.

—¡¿Un día puedes dejar de hablar de Dios y preguntarme qué me sucede?!

Mi padre se sorprende ante mis palabras.

—Puedo ayudarte si quieres pero él tiene las respuestas a tu incertidumbre, sólo él puede salvarnos —susurra.

Me quedo en silencio hasta que mi papá sale de la habitación. Observó a través de la ventana a Venus, pero cuando ella se da cuenta la cierro por completo.

Busco aquella carta, escondida dentro de mi habitación y me aferro a ella toda la noche. Sosteniéndome de sus palabras para aguantar otra noche sin poder decir la verdad.

¿Qué pasó con Elizabeth Parker?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora