Capítulo cuarenta y cuatro

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Narra: Venus

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Narra: Venus

Me siento en el borde de la vereda, esperando que a mi lado este Elizabeth como en todos los cumpleaños.

Veo como la ambulancia se lleva a mi madre, para tenerla unos días en revisión y hacerle un lavado de estomago. Los médicos confirmaron que la medicación que mi madre estaba consumiendo era para caballos de carrera y eso alteraron el funcionamiento de su cerebro.

—Iré con tu madre al hospital. Lamento qué tu cumpleaños terminara de esta manera —dice mi padre, dándome un abrazo.

Mi padre se ve totalmente arrepentido de dejar entrar a Maria en nuestras vidas, y más cuando se dio cuenta qué se llevo todos los ahorros qué él había juntado.

Camino hacia la iglesia, mientras observo como los arboles se sacuden y mi cabello también. Todo se siente diferente cuando es tu cumpleaños y no tenes junto a ti a las personas qué te hacían sentir en casa. Siento dentro de mí un conjunto de melancolía y tristeza.

Desearía pensar que Elizabeth era perfecta, como solía creerlo. Pero nunca lo fue, no creo que ella sea la victima en esta historia. Y ojala yo tampoco termine siéndolo.

Me gustaría ser sincera, decir la verdad.

«¿Pero y si la verdad lo arruina todo? ».

«¿Qué queda de mí sin mis secretos?».

—Te estaba esperando.

Me doy la vuelta ante sus palabras. Hans se acerca a mí, tanto que siento que voy a caer. Me mira fijo y aunque se vea tenso, tuerce una sonrisa para mí.

—Feliz cumpleaños, angelito —dice Hans, y se acerca más a mí —. Lamento lo qué pasó con tu madre.

Sonrió, alzando mis hombros.

—Sabía que este año mi cumpleaños iba a ser prometedor, aunque supero mis expectativas.

—Tengo algo para ti... —Hans saca algo de su bolsillo y me entrega una pequeña caja roja —. Solo espero que te guste.

Abro la caja, con una sonrisa que intento ocultar y me encuentro con un collar de oro blanco y de dije una piedra de color celeste.

—La piedra se llama "aguamarina" representa el coraje y eso me hizo acordar a ti. —me explica Hans.

—Gracias, es preciosa.

«Aunque muchas veces no me siento valiente».

Hans agarra el collar y me da la vuelta. Recoge mi cabello hacia un lado y me pone el collar. Tendría que darme la vuelta pero me quedo quieta en el lugar, apreciando como sus manos grandes tocan mi cuello y baja poco a poco por mi espalda.

—¿Te gustaría acompañarme al lago? —le pregunto.

Hans me sonríe de lado y me toma de la mano.

—Pero deberíamos ir corriendo por qué dentro de un rato va a empezar a nevar.

—Espera... —le grito una vez que me toma de la mano y empieza a correr con rapidez.

Hans no me suelta en todo el camino. Pasamos el bosque a oscuras corriendo, mientras él se ríe de mis berrinches y yo intento no lastimarme. Los arboles cada vez se sacuden con más fuerza y nosotros corremos antes que la nieve nos alcance.

Hans gime de dolor una vez que una rama le lastima el brazo. Nos detenemos en medio del bosque, casi puedo ver el lago desde aquí y la cuidad del otro lado.

—Te esta sangrando demasiado —me acerco a él y paso la gema de mis manos por su brazo —. Déjame ayudarte.

—Estoy bien, no hace falta...

Me saco el pañuelo de mi cabeza y lo envuelvo al rededor de su brazo.

Hans gime de dolor y me aprieta con fuerza la mano. Nos miramos fijo, por un momento, y la piel de mi cuerpo se eriza.

—Me parece que no vamos a llegar al lago —Pequeñas escarchas de hielo empiezan a caer sobre nosotros.

Hans no me suelta la mano hasta el momento en el qué me paro frente a él. Cierro mis ojos, tratando de sentir la suavidad con la que pasa sus manos por mi rostro y la nieve acaricia mi piel.

Hans se acerca a mi oído y susurra:

—Te ves muy hermosa —Su voz cosquillea mi oreja, pasa sus labios a centímetros de los míos, casi rozándose —. Tanto como para no querer tenerte cerca.

—¿Te doy miedo? —le pregunto.

—Me da miedo hacerte daño.

—Ya lo hiciste.

Hans asiente con la cabeza, sin siquiera mirarme a los ojos. Miro el reloj de mi teléfono, ya se hicieron las doce de la noche y es hora de volver a casa. Caminamos por el medio de calle vacía y oscura, hasta detenernos en frente de su casa y la mía. En medio de ambos. Espero que Hans se vaya primero, no soy capaz de despedirme de él, porque la verdad es que me gustaría no tener que estar sola esta noche, y me da miedo pedírselo.

Me acerco hasta la puerta de mi casa y me detengo cuando veo una caja roja en la puerta con un gran moño. ¿Otro regalo de cumpleaños?

Me doy la vuelta, observando si Hans ya entro a su casa pero en sus manos también tiene una caja del mismo color. Nos miramos mutuamente, abro la caja y veo una pequeña nota arriba de un disfraz un tanto peculiar.

''Feliz cumpleaños, angelito. Aunque este regalo no se debe a eso, pronto nos volveremos a encontrar en la fiesta de Disfraces.''


NOTA DE AUTORA: Ay Hans, aunque seas un boludo yo te amo. ¿Ustedes lo aman? 

¿Qué pasó con Elizabeth Parker?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora