Bahamas del infierno

1.3K 112 14
                                    

Otro ronquido me obliga a abrir los ojos, y siento la frustración creciendo. Giro la vista hacia Heyly, quien duerme con la boca abierta de par en par y un hilillo de baba surca su barbilla.

Dios, quiero ahogarla con un calcetín.

Tomo mi teléfono y escribo:

Esto es una tortura. Estoy a un ronquido más de llamar a una aeromoza y pedirle que me clave un cuchillo en los oídos.

Extraño a Jazz. No creo que me importaría si la que roncara fuera ella. Ni siquiera si me babeara encima. Ella y Logan tomaron el vuelo que seguía al nuestro. Y aunque la vi hace unas horas por Skype, no es lo mismo.

La respuesta no tarda demasiado.

No sabía que Heyly roncara.

Deberías preguntarle a los chinos si lo hace, porque seguramente la pueden oír. ¡Suena como un oso!

Vaya. Una perra que ronca como oso. ¿Quién dijo que los animales no sufren de crisis de identidad también?

Trato de contener la risa, pero me resulta imposible. Mi sonrisa se borra rápidamente y dirijo mi mirada hacia Heyly, pero continúa roncando. Puedo sentir a las personas de los asientos cercanos viéndome con lástima. Me encojo en mi asiento. Tal vez sea yo el que deba ahogarse con un calcetín.

¿Qué tal es viajar con Logan?

Divertido. Reímos tanto que comienzo a creer que el piloto va a lanzar el avión en picada sólo para que nos callemos.

Sonrío a medias. Al menos uno de nosotros se está divirtiendo.

Mi teléfono vibra en mi regazo con otro mensaje.

Puedo sentir tus celos desde aquí.

Es solo que quisiera ser él en estos momentos.

Bueno, en ningún momento yo desearía ser Heyly. Puaj.

Río otro poco y comienzo a escribir mi respuesta, pero las manos de Heyly —una Heyly muy despierta— arrebatan mi teléfono, dándome tiempo a duras penas de bloquearlo para que de esta forma, no pueda ver mi conversación con Jazz.

Me dedica una mirada mordaz y mira la pantalla de mi celular. Intenta desbloquearlo, pero benditas sean las claves. Frunce el ceño y me ve suspicazmente.

—¿Con quién hablas?

—Lilly —miento rápidamente, y mi corazón duele cuando recuerdo haberle dicho exactamente la misma mentira a Jazz.

Heyly conserva su ceño fruncido, pero me devuelve mi teléfono. Temeroso de que haga otra movida, lo silencio y guardo en el bolsillo de mi pantalón. Y aunque me resulta difícil no responderle a Jazz, prefiero dejarla colgando que arruinar nuestro plan.

Fijo mi vista en la ventana y no pasa mucho tiempo antes de que el piloto nos anuncie que comenzaremos a descender. Puedo ver las luces de la ciudad, la forma en la que le dan vida a la misma, y pienso que, aunque esté aquí con Heyly, disfrutaré al máximo estas vacaciones con Jazz.

Minutos más tarde, las aeromozas caminan por el pasillo, despertando a algunos pasajeros y haciéndonos saber que hemos llegado. Sin esperar a que la congestión del pasillo disminuya, Heyly se levanta y se abre paso hacia la salida, empujando a un pequeño en el trayecto.

Doy largas zancadas, murmurando disculpas a aquellos que codeo para llegar al infante, y lo levanto del suelo. El niño llora, y pronto Heyly tiene a una madre histérica frente a ella.

—¡¿Qué demonios está mal contigo?! —Escupe en su cara y estira los brazos para que le entregue a su hijo. Me dedica una sonrisa apretada como agradecimiento y vuelve su atención a Heyly.

—Tu monstruito estaba estorbando, y nadie se mete en mi camino —espeta Heyly de regreso.

Los ojos de la madre se amplían con incredulidad e indignación.

—¿Y quién demonios eres tú?

—Alguien a quien no te conviene molestar —y dicho esto, avanza como si nunca hubiera empujado a un niño, como si la gente no la viera con disgusto y murmuraran insultos hacia ella.

Me acerco a la mujer que mece al pequeño en sus brazos, tratando de calmar su llanto. Coloco una mano sobre su hombro.

—Lo siento mucho. Ella es solo muy...

—¿Perra? —Completa la mujer. Sin encontrar palabra que la defina mejor, asiento—. No se preocupe. Pero debería hacer algo con respecto a su esposa.

Oh, claro que lo haré.

—¿Acaso no es hermosa? —Pregunta Heyly, mirando maravillada la habitación.

Por mucho que me cueste decirlo, concuerdo con ella. La habitación es blanca y el suelo caoba contrasta a la perfección. Frente a la puerta, hay una ventana que llega del piso al techo, que da a la playa. Hay una cama matrimonial con un cobertor negro. Hay mesitas de noche a cada lado de la cama, y sobre éstas, hay lámparas, cuya base es negra también.

—Lo es.

Heyly junta sus manos y me mira.

—Vístete. Vamos a la playa. Y espero que hayas traído tu camisa de surf. No quiero que la gente vea esas cosas —señala mis brazos y yo instintivamente los oculto tras mi espalda.

Sé que eso no debió doler, pero maldición si no lo hizo.

Heyly toma su maleta y entra al baño. Resoplo, frotando mis sienes con los dedos. Tomo mi celular y le escribo a Jazz que ya he llegado y que muero por verla esta noche. Luego lo apago y guardo en el fondo de mi maleta. Me pongo mis bermudas y la camiseta de surf que Heyly me regaló cuando las vio y la espero.

—Vamos —demanda cuando sale del baño usando un vestido playero negro y lentes de sol.

Pongo los ojos en blanco y la sigo fuera de la habitación.

Tengo la leve impresión que no viajé a las Bahamas, sino directamente al infierno.



Nota de autora:

Les dejo al pequeño en multimedia sólo para que odien más a Heyly. Jiji.


Sucio Traidor (Revenge #2).©Where stories live. Discover now