Intro

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Llevaba toda su vida encerrado en aquel apestoso lugar. No diría toda su vida, sólo a partir de que su madre fuera asesinada delante de él, por aquellos tipos denominados "cazadores de omegas". Al ver que la mujer omega ya había tenido un hijo, no servía para su granja, no era "pura" como sus clientes exigían. Pero aquel niño castaño de unos siete años era omega, y era perfecto para entrar y ser criado bajo su yugo. En algún momento, alguien lo compraría y les daría una buena cantidad de dinero por él.

El crío no dejaba de llorar, hasta que por fin, un día, calló. El engrudo con el que habían estado alimentando, que era el único sustento que le proporcionaban a los omegas de la granja, y que hacía que su sumisión se acelerara y se hiciera constante para evitar que se rebelaran, parecía haber funcionado.

Dejó de gritar, dejó de quejarse, y dejó de llorar.

Se mantenía totalmente quieto en su celda, donde los otros omegas también se quedaban sentados en silencio, estáticos. Si se movía le dolería la herida del cuello por el roce del collar de metal que le habían puesto. Todos los días, aparte que alimentarlo con el engrudo -al principio había sido un trago desagradable, pero llegó un momento en el que se acabó acostumbrando-, le inyectaban con una aguja en el cuello.

Y así era su vida.

Salvo por el mal olor y la falta de entretenimiento, hasta le gustaba estar allí. No distinguía si aquello lo pensaba él independientemente o si el engrudo omega hacía que se resignara a aquella vida desgraciada. Inhibía su imaginación, y tan sólo hacía sus necesidades cuando le daban permiso.

Estaba totalmente mecanizado. No había libre albedrío, ni escapatoria. Aunque tampoco su mente colaboraría para salir huyendo de allí. El temor de los castigos físicos que recibía al principio era una sombra que se ceñía sobre sus recuerdos. Aún le dolían los golpes, no quería recibir más. Así que seguía en el sitio de siempre sentado, cerca del tope de su cadena para que no le dañara más la herida.

***

Aquel día se había dormido sobre sus brazos, encogido sobre sí mismo por los numerosos agujeros en su ropa, que hacían que el frío se colara y se calara en sus huesos.

Unas voces lo despertaron. Parpadeó confuso al ver a dos personas caminar por el pasillo de su sección: compradores. Abrió sus ojos castaños de pura sorpresa, ya que en aquella ala de la granja casi nunca iba nadie. Todos los omegas que allí habitaban eran ya demasiado mayores como para que ningún cliente los quisiera comprar.

Solían comprar a los más jóvenes para tenerlos de mayordomos, que limpiaran en sus hogares, y cuando iban creciendo y estaban acostumbrados al olor de sus amos, pues... allí ya no entraban los dueños de la granja. Eran omegas, y eran usados, como su especie así estipulaba. Como la letra omega, eran los últimos en la escala social, no merecían mejor trato.

Por lo que escuchó en el pasillo, aquellos dos buscaban a un mayor de edad, pero no demasiado viejo, para hacerle un regalo a un familiar por su cumpleaños. Eran dos voces: una de mujer, y otra de un hombre. El hombre y el vendedor pasaron de largo de su celda, pero ella se quedó mirando al pequeño cuerpo que había frente a sus ojos.

—¿Qué te parece éste, Peter? —preguntó ella mirando a su hermano, que se paró en el pasillo y fue hasta la mujer. Sus ojos celestes estudiaron el rostro del chico, que los miraba sin pestañear, con el pelo sucio despeinado, apuntando a todos lados.

—Levanta —ordenó el otro, a lo que obedeció instantáneamente. Se quedó pensativo unos segundos y luego se encogió de hombros—. Es tu hijo, Talia. Yo creo que le gustaría uno más... robusto.

—Le compraré éste —dijo resolutiva—. ¿Cómo te llamas, omega?

—Señora, lo siento, pero este omega no sabe hablar —interrumpió el vendedor.

—Ah, mucho mejor —comentó sonriendo Peter.

—Entonces, ¿cuál es su nombre?

—Se llama Stiles.

Saviour [m-preg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora