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Lo despertaron los constantes golpes en la puerta de su cuarto. Bendecía todos los días haber puesto una cerradura en su habitación; tan sólo la usaba cuando se iba a dormir, ya que el resto del tiempo la puerta estaba siempre abierta. Pero Cora tenía la fea costumbre de ser una molesta mosquita zumbando por toda la casa, y para despertarlo era todo un torbellino. Aquel día parecía que iba a tirar la puerta abajo.

—¡¡CUMPLEAÑERO!! ¡FELICIDADEEES! ¡Levanta ya, vago! —Derek resopló con tanta fuerza que se movió el pelo del flequillo que le caía al estar despeinado de toda la noche dando vueltas en la cama. Últimamente estaba así todas las noches.

Notaba a su parte lobo inquieta, como ansiosa. No quería comentárselo ni a su madre ni a su tío, porque seguro que era cosa de alfas e hincharían el pecho con orgullo, y estaba harto de aquello. De ser de una especie superior y de que lo que le pasaba era algo de lo que enorgullecerse.

—Ya voy, Cora —repuso en voz alta—, y agradecería que dejaras de intentar derribar mi puerta.

La risa de su hermana yéndose escaleras abajo resonó en toda la casa, y él se levantó perezosamente. Se frotó la cara con ambas manos y suspiró, cansado. Colocó la ropa que se iba a poner tras la ducha encima de la cama y se fue desnudando hasta entrar en el baño.

Se metió en la ducha, cerrando los ojos y sintiendo el agua relajar sus músculos, que sin haberse dado cuenta los tenía tan en tensión que le dolían. Se lavó apresuradamente, intentando evitar que Cora volviera a golpear su puerta, y salió con una toalla en la cintura, con las gotitas de agua recorriendo su pecho por haber salido de la ducha sin secarse.

Depositó la toalla en el suelo y comenzó a vestirse, apretando los dientes por el contraste de temperatura entre su piel, que hervía, y la habitación, que estaba demasiado fría. Se habría estropeado el regulador de temperatura, aunque le extrañaba.

Se terminó de colocar su camisa favorita -la que siempre llevaba en su cumpleaños-, que era gris con botones de un tono más claro, y se la fue abrochando mientras iba al cajón a por unos calcetines. Quería ir hecho un pincel en su día, aunque no quería darle más importancia de la que debería... siempre le hacía ilusión que hubiera un día en el que él fuera el protagonista de todo. Aunque en la ciudad solía ser el centro de las miradas por el apellido que llevaba.

Al acabar de prepararse y cerciorarse de que estaba presentable -no quería llevar la bragueta abierta-, quitó el cerrojo de su puerta y salió de su habitación. Bajó las escaleras rápidamente y se encontró con toda su familia hablando animadamente. Su beta, Ava, comenzó a servir tortitas cuando lo vio entrando en el salón, y todos se levantaron para abrazarlo. Él correspondió al gesto cariñoso con un poco de incomodidad.

Con un par de palmadas en la espalda a modo de saludo, y luego un abrazo escueto, su tío Peter le sonrió y le indicó que tomara asiento a su lado. Nada más ponerse a la mesa, un plato de tortitas apareció frente a él, con una generosa cantidad de sirope de chocolate y nata coronando la torre, tal y como a él le gustaban.

—Gracias —dijo sin pensar, ganándose la mirada reprobatoria de su madre y su tío. Se mantuvo en silencio y comenzó a comer, sin notar lo ruborizada que se había puesto la beta con su agradecimiento.

—Derek...

—Ya, ya lo sé, Laura. Se me ha olvidado, ¿vale? No he dormido demasiado bien, y no sé ni lo que digo, pero lo que sí sé que es una exageración ponerse así por olvidar que son inferiores.

—Te iba a decir que me pasaras el sirope de caramelo, que voy a probar las tortitas así, pero vamos... veo que estás sensible hoy —repuso su hermana poniendo los ojos en blanco.

Saviour [m-preg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora