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Después de la odisea del laboratorio, la cual había provocado que Alan Deaton exigiera las llaves que poseía de las instalaciones, Peter masticaba su enfado y decepción por no haber roto a su sobrino, por no haberlo hecho sufrir tanto como quería.

Su hermana se había despedido del gabinete del alcalde, y su sobrina Laura no le dirigía la palabra. Su familia se resquebrajaba, pero la verdad es que no los necesitaba, no quería a nadie que le juzgara, a pesar de que fuera de su propia sangre. Si le iban a repudiar que fuera con razones.

Paró el coche en la puerta de aquella cabaña desvencijada, donde había ido hace tiempo con Talia a comprar el maldito omega de Derek... en qué momento se le ocurrió regalarle aquello a su estúpido sobrino.

Resopló mientras caminaba hasta la puerta de madera, golpeándola con los nudillos y aguardando detrás de ella unos instantes, hasta que un hombre la abrió y lo miró ceñudo hasta que cayó en la cuenta de quién era. Salió de allí rápidamente, cerrando a sus espaldas y haciendo varias reverencias.

—Señor alcalde, siento haber tardado en abrirle... ¿lleva mucho rato esperando?

—El suficiente —espetó el alfa carraspeando.

—¿En qué puedo ayudarle?

—Me gustaría comprar un omega —repuso Peter mirándolo con desprecio—, espero que me pueda hacer una buena oferta por ser quien soy.

—Claro señor alcalde, ¿lo quiere joven? ¿Un niño quizás?

—No, buscaba uno que fuera mayor de edad —comentó el otro rascándose la barbilla. El vendedor lo miró con asombro pero subió las escaleras en silencio, seguido de Peter.

No era muy común que un alfa de aquel rango social, el mismísimo alcalde, buscara un omega mayor de edad, pero no era quién para contradecirle, por lo que simplemente lo condujo a la sección de los más crecidos y aguardó a que Peter llegara a su altura.

Lo hizo pasar primero y el alcalde fue paseando, mirando dentro de las celdas a los ojos sin vidas que dentro había, aguardando algo que ni ellos sabían. Contempló sus rostros, sin saber exactamente qué era lo que buscaba, hasta que dio con unos ojos azules que conservaban cierto brillo especial, aunque no supo ubicarle una razón de tenerlo.

—¿Cuánto por ése? —preguntó el alfa señalándolo con la barbilla. El hombre dudó unos instantes.

—Éste es aún menor de edad, cumple la mayoría de edad en un mes.

—Bueno, podré soportarlo. ¿Cuánto? —insistió una vez más.

—Al ser de los mayores la tarifa más baja, señor Hale.

—Estupendo: me lo quedo. ¿Puede hablar? —musitó Peter enarcando una ceja.

—No, pero tiene memoria, al menos de algunas cosas. Puede comunicarse a través de la escritura, y sabe leer.

—¿Nombre?

—¿Perdón? —dijo el vendedor, distraído con la cerradura de la celda.

—¿El omega tiene nombre? —El hombre abrió la puerta y fue junto al omega, que lo miró curioso, cosa que los demás de su raza no hacían. Cogió su placa y leyó el nombre.

—"Li... am". Liam señor, se llama Liam. Pruebe a ordenarle algo —propuso el vendedor con una sonrisa.

—Sal de la celda, Liam —instó Peter con expresión seria. El omega miró al vendedor y se señaló el cuello, indicando que lo soltara. El alcalde rio ante aquella muestra de locuacidad. Una vez liberado, el muchacho se puso de pie trabajosamente y caminó hasta fuera de la jaula.

Saviour [m-preg]Where stories live. Discover now