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Conducía por las calles de Beacon Hills en su flamante Camaro negro. Había salido de trabajar más temprano que de costumbre, porque el éxito de su último descubrimiento hizo de aquel día uno lleno de celebraciones, pausando el trabajo hasta el día siguiente.

El famoso científico Derek Hale. O quizás no sería tan famoso si su tío no fuera el alcalde del pueblo. Nunca averiguaría si su fama se debía a su mérito, o simplemente, de puro rebote. No le gustaba pensar que había ganado la fama de la que gozaba gracias a otra persona pero, ¿quién no ha aprovechado nunca sus contactos?

Pero Derek era bueno, muy bueno en su trabajo. Era tremendamente constante, terco, y hasta que no salían las cosas como decía en su cuaderno, no paraba de investigar. Y cuando tenía un descubrimiento, sabía perfectamente cómo encandilar a la prensa para presentarlo a la sociedad. Tenía encanto y don de masas, de eso no había dudas.

Aunque para muchos era el sobrino de Peter Hale, y seguiría siendo un enchufado.

Aparcó en el garaje de la mansión de su familia, la cual estaba adosada con otra aún más grande, propiedad del ostentoso alcalde. Cerró el coche y recogió el correo: una vez más, era el primero en llegar. Revisó las cartas una por una mientras subía las escaleras del porche, y abrió con sus llaves.

Las dejó en el mueble de la entrada, descalzándose y dejando sus zapatos bajo éste, caminando hasta el salón y tirándose en el sofá. Siguió ojeando el correo hasta que vio una carta para él. Arqueó ambas cejas y dejó el resto de cualquier manera encima de la mesita de café y se apresuró a abrir el sobre, intrigado.

Era una postal de cumpleaños de una amiga que hizo en la universidad. Compartieron campus, la chica estudiaba periodismo en la facultad de al lado. Sonrió leyendo la felicitación y negó con la cabeza al ponerse al corriente de las locuras de la muchacha. Se levantó mirando de nuevo la foto del London Eye que había en la postal mientras subía las escaleras hasta su habitación.

Al abrir la puerta vio que la asistenta había hecho la cama de dosel. Ocupaba casi la mitad de la habitación, y la otra mitad estaba ocupada por una minicadena sobre un escritorio robusto de roble, coronado por un ordenador portátil con el cual realizaba casi todo su trabajo en casa. El resto del cuarto estaba despejado, para facilitar el paso hasta la puerta del baño, donde estaba también el vestidor.

Caminó hasta la pared, donde había un corcho con algunas fotos y recuerdos de conciertos y de numerosas visitas a museos, y muchos de los artículos que escribían de sus descubrimientos estaban allí colgados. Cogió una de las chinchetas libres y añadió la postal.

Contempló su obra con media sonrisa y se dirigió a la cama, echándose en ella y resoplando cansado. Recibir aquella carta le había recordado lo cerca que estaba de cumplir veintiséis años. Era cierto que con esa edad mucho de sus conocidos se habían independizado y estaban buscando a un omega ideal para formar a su familia, como hacían todos los alfas.

Porque sí, los Hale eran una familia de alfas.

Era difícil que se diera aquel caso; ya era complicado que hubiera más de dos, pero que se diera la casualidad de que su madre, su tío y sus dos hermanas, aparte de Derek, fueran alfas, era más que especial. Por eso eran tremendamente famosos en Beacon Hills.

En cuanto salió la candidatura de su tío, gracias al renombre de la familia de alfas, enseguida ganó las elecciones por mayoría absoluta, y desde entonces comenzó lo que a Laura y Cora -las hermanas de Derek- les gustaba llamar: el reinado de los Hale.

Su familia le había abierto muchísimas puertas para todo. Había entrado en una de las mejores universidades, y a pesar de que había estudiado duro, supuso que tantas matrículas de honor no eran obra suya. Pero no sería él el que las rechazara.

Saviour [m-preg]Where stories live. Discover now