Parte 6

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Capítulo 6

Aquellos primeros días de Cósimo sobre los árboles no tenían una finalidad o un

programa, sino que estaban dominados solamente por el deseo de conocer y poseer

aquel reino suyo. Habría querido explorarlo enseguida hasta los límites más extremos,

estudiar todas las posibilidades que le ofrecía, descubrirlo planta por planta y rama por

rama. Digo: habría querido, pero de hecho lo veíamos reaparecer de continuo sobre

nuestras cabezas, con ese aire ajetreado y ágil de los animales salvajes, que tal vez se

los ve agazapados y quietos, pero siempre como si estuvieran a punto de saltar.

¿Por qué volvía a nuestro parque? Al verlo andar de un plátano a un acebo dentro del

radio del anteojo de nuestra madre se habría dicho que la fuerza que lo impulsaba, su

pasión dominante, era todavía la polémica con nosotros, el hacernos apenar o enojar.

(Digo nosotros porque todavía no había conseguido entender qué pensaba de mí: cuando

tenía necesidad de algo parecía que la alianza conmigo nunca pudiese ponerse en duda;

otras veces pasaba sobre mi cabeza como si ni siquiera me viese.)

En cambio aquí sólo estaba de paso. Era la tapia de la magnolia aquello que lo atraía,

era por allí que lo veíamos desaparecer a todas horas, incluso cuando la muchachita rubia

a buen seguro no estaba aún levantada o cuando el tropel de institutrices o tías ya debía

de haberla hecho retirarse. En el jardín de los de Ondariva las ramas se alargaban como

probóscides de animales extraordinarios, y en el suelo se abrían estrellas de hojas

dentadas de verde piel de reptil, y ondeaban amarillos y leves bambúes con rumor de

papel. Desde el árbol más alto, Cósimo, con la manía de gozar hasta el fondo de aquel

verde distinto y de la luz distinta que se transparentaba y del silencio distinto, se soltaba

cabeza abajo y el jardín vuelto al revés se convertía en selva, una selva no de la tierra, un

mundo nuevo.

Entonces aparecía Viola. Cósimo la veía de pronto en el columpio dándose impulso, o

bien en la silla del caballo enano, u oía elevarse del fondo del jardín la ronca nota del

cuerno de caza.

Los marqueses de Ondariva nunca se habían preocupado por aquellas correrías de la

niña. Mientras iba a pie, tenía a todas las tías detrás; apenas montaba en la silla era libre

como el aire, porque las tías no iban a caballo y no podían ver adonde iba. Y luego su

confianza con los vagabundos era una idea demasiado inconcebible para pasárseles por

la cabeza. Pero de aquel baroncito que se colaba por entre las ramas, se habían dado

cuenta enseguida, y estaban alerta, aunque con cierto aire superior.

Nuestro padre, en cambio, convertía en una misma cosa la amargura por la

desobediencia de Cósimo y su aversión por los de Ondariva, como si quisiera echarles la

el barón rampanteKde žijí příběhy. Začni objevovat