Parte 8

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Capítulo 8:

Por aquellos días, Cósimo desafiaba a menudo a la gente que estaba en tierra,

desafíos de puntería, de destreza, quizá para probar sus posibilidades, todo lo que

conseguía hacer allá arriba. Desafió a los granujas al tejo. Estaban en aquellos parajes

cerca de Porta Cápperi, entre las barracas de los pobres y los vagabundos. Desde un

acebo medio seco y desnudo, Cósimo estaba jugando al tejo, cuando vio acercarse un

hombre a caballo, alto, un poco encorvado, envuelto en una capa negra. Reconoció a su

padre. La granujería se dispersó; desde las entradas de las chozas las mujeres miraban.

El barón Arminio cabalgó hasta debajo del árbol. Era un atardecer rojo. Cósimo estaba

entre las ramas desnudas. Se miraron a la cara. Era la primera vez, desde la comida de

los caracoles, que se encontraban así, cara a cara. Habían pasado muchos días, las

cosas habían cambiado, uno y otro sabían que ya no se trataba de caracoles, ni de la

obediencia de los hijos o la autoridad de los padres; que todas las cosas lógicas y

sensatas que podían decirse estarían fuera de lugar; con todo algo tenían que decir.

- ¡Dais un hermoso espectáculo, vos! - comenzó el padre, amargamente -. ¡Y muy

digno de un gentilhombre! - (Lo había tratado de vos, como acostumbraba en las

reprensiones más graves, pero ahora ese hábito tuvo un sentido de alejamiento, de

despego.)

- Un gentilhombre, señor padre, lo es tanto estando en el suelo como estando en las

copas de los árboles - respondió Cósimo, y enseguida añadió -: Si se comporta

rectamente.

- Una buena sentencia - admitió gravemente el barón -, aunque, hace poco, estabais

robando ciruelas a un arrendatario.

Era verdad. Le había pillado. ¿Qué debía responder? Sonrió, pero sin altanería ni

cinismo: con una sonrisa de timidez, y enrojeció.

También el padre sonrió, con una sonrisa triste, y quién sabe por qué también él

enrojeció.

- Ahora os juntáis con los peores bastardos y pordioseros - dijo luego.

- No, señor padre, yo estoy por mi cuenta, y cada uno por la suya - dijo Cósimo, firme.

- Os invito a bajar al suelo - dijo el barón, con voz calmosa, casi apagada - y a recobrar

los deberes de vuestro estado.

- No pienso obedeceros, señor padre - dijo Cósimo -, y me duele.

Estaban incómodos los dos, hastiados. Cada uno sabía lo que el otro iba a decir.

- Pero ¿y vuestros estudios? ¿Y vuestras devociones de cristiano? - dijo el padre -.

¿Pensáis crecer como un salvaje de las Américas?

Cósimo calló. Eran pensamientos que todavía no se había planteado y no tenía ganas

de plantearse. Luego dijo:

el barón rampanteKde žijí příběhy. Začni objevovat