Si el número de los amigos de Cósimo crecía, también se había hecho enemigos. Los
vagabundos del bosque, en efecto, tras la conversión de Gian dei Brughi a las buenas
lecturas y su posterior caída, se habían quedado en la estacada. Una noche, mi hermano
dormía en su odre colgado de un fresno, en el bosque, cuando lo despertó un ladrido del
pachón. Abrió los ojos y había luz: llegaba de abajo, había fuego al mismo pie del árbol y
las llamas ya lamían el tronco.
¡Un incendio en el bosque! ¿Quién lo había prendido? Cósimo estaba muy seguro de
no haber golpeado siquiera el pedernal esa noche. ¡Por tanto era una fechoría de aquellos
maleantes! Querían que ardiera el bosque para apoderarse de leña y al mismo tiempo
inculpar de ello a Cósimo; y no sólo eso, sino quemarlo vivo.
En un principio, Cósimo no pensó en el peligro que lo amenazaba tan de cerca; pensó
que aquel inmenso reino lleno de caminos y refugios sólo suyos podía ser destruido, y ése
era todo su terror. Óptimo Máximo escapaba para no quemarse, volviéndose de vez en
cuando para lanzar un ladrido desesperado: el fuego se estaba propagando al monte
bajo.
Cósimo no se desalentó. Al fresno donde tenía entonces su refugio había transportado,
como siempre hacía, muchas cosas; entre ellas, un barrilete lleno de horchata, para
aplacar la sed estival. Trepó hasta el barrilete. Por las ramas del fresno huían las ardillas y
los murciélagos alarmados, de los nidos se escapaban los pájaros. Agarró el barrilete y
estaba a punto de sacar la estaquilla y mojar el tronco del fresno para salvarlo de las
llamas, cuando pensó que el incendio se estaba ya propagando a la hierba, a las hojas
secas, a los arbustos y pronto llegaría a todos los árboles de alrededor. Decidió correr el
riesgo: «¡Que se queme el fresno! Si con esta horchata consigo mojar la tierra alrededor
de donde las llamas todavía no han llegado, ¡detengo el incendio!» Y destapado el
barrilete, con movimientos ondulantes y circulares dirigió el chorro al suelo, sobre las
lenguas de fuego más externas, apagándolas. De modo que el fuego de los matorrales se
encontró en medio de un círculo de hierbas y hojas mojadas y ya no pudo extenderse.
Desde lo alto del fresno, Cósimo saltó a un haya próxima. Lo había hecho con el
tiempo justísimo: el tronco, quemado por la base, se desplomaba todo él una hoguera,
repentinamente, entre los varios chillidos de las ardillas.
¿Se limitaría el incendio a aquel punto? Un vuelo de chispas y llamitas ya se
propagaba en torno; desde luego la efímera barrera de hojas mojadas no le impediría
propagarse.
- ¡Fuego! ¡Fuego! - comenzó a gritar Cósimo con todas sus fuerzas -. ¡Fuegooo!
- ¿Qué pasa? ¿Quién grita? - respondían unas voces. No lejos de aquel lugar había
una carbonera, y una cuadrilla de bergamascos amigos suyos dormían en una caseta.
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el barón rampante
Randomel barón rampante italo Calvino Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondo, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la h...