No sé si por esa época ya se había fundado en Ombrosa una Logia de Francmasones;
fui iniciado a la masonería mucho más tarde, después de la primera campaña
napoleónica, junto con gran parte de la burguesía pudiente y de la pequeña nobleza de
nuestras tierras, y no podría decir, por lo tanto, cuáles fueron las primeras relaciones de
mi hermano con la Logia. A este propósito citaré un episodio ocurrido más o menos en los
tiempos de los que estoy hablando, y que varios testimonios confirmarían como
verdadero.
Llegaron un día a Ombrosa dos españoles, viajeros de paso. Se fueron a casa de un tal
Bartolomeo Cavagna, pastelero, conocido como fracmasón. Parece que se presentaron
como hermanos de la Logia de Madrid, de modo que él los llevó por la noche a asistir a
una junta de la masonería de Ombrosa, que entonces se reunía a la luz de antorchas y
cirios en un claro en medio del bosque. De todo esto se tienen noticias sólo por rumores y
suposiciones: lo que es cierto es que al día siguiente los dos españoles, en cuanto
salieron de donde se hospedaban, fueron seguidos por Cósimo de Rondó, que sin ser
visto los vigilaba desde lo alto de los árboles.
Los dos viajeros entraron en el patio de una posada extramuros. Cósimo se apostó
sobre una glicina. En una mesa había un cliente que los esperaba; no se le veía el rostro,
encubierto por un sombrero negro de anchas alas. Aquellas tres cabezas, o mejor,
aquellos tres sombreros, convergieron sobre el cuadrado blanco del mantel; y tras haber
confabulado un poco, las manos del desconocido se pusieron a escribir en un papel
alargado algo que los otros dos le dictaban y que, por el orden en que colocaba las
palabras una bajo otra, se habría dicho una lista de nombres.
- ¡Buenos días, señores! - dijo Cósimo. Los tres sombreros se movieron dejando
aparecer tres rostros con los ojos más que abiertos hacia el hombre de la glicina. Pero
uno de los tres, el de las anchas alas, volvió a bajar la cabeza enseguida, hasta el punto
de tocar la mesa con la punta de la nariz. Mi hermano había tenido tiempo de entrever
una fisonomía que no le parecía desconocida.
- ¡Buenos días a usted! - dijeron los dos -. Pero ¿es costumbre del lugar presentarse a
los forasteros bajando del cielo como un pichón? ¡Espero que queráis descender de
inmediato a explicárnoslo!
- Quien está en lo alto está bien a la vista por todas partes - dijo el barón -, mientras
que hay quien se arrastra para esconder el rostro.
- Sabed que ninguno de nosotros está obligado a mostraros el rostro, señor, más de lo
que está obligado a mostraros el trasero.
- Sé que para cierta clase de personas es un punto de honor tener la cara en la
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el barón rampante
Randomel barón rampante italo Calvino Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondo, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la h...