Parte 25

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No sé si por esa época ya se había fundado en Ombrosa una Logia de Francmasones;

fui iniciado a la masonería mucho más tarde, después de la primera campaña

napoleónica, junto con gran parte de la burguesía pudiente y de la pequeña nobleza de

nuestras tierras, y no podría decir, por lo tanto, cuáles fueron las primeras relaciones de

mi hermano con la Logia. A este propósito citaré un episodio ocurrido más o menos en los

tiempos de los que estoy hablando, y que varios testimonios confirmarían como

verdadero.

Llegaron un día a Ombrosa dos españoles, viajeros de paso. Se fueron a casa de un tal

Bartolomeo Cavagna, pastelero, conocido como fracmasón. Parece que se presentaron

como hermanos de la Logia de Madrid, de modo que él los llevó por la noche a asistir a

una junta de la masonería de Ombrosa, que entonces se reunía a la luz de antorchas y

cirios en un claro en medio del bosque. De todo esto se tienen noticias sólo por rumores y

suposiciones: lo que es cierto es que al día siguiente los dos españoles, en cuanto

salieron de donde se hospedaban, fueron seguidos por Cósimo de Rondó, que sin ser

visto los vigilaba desde lo alto de los árboles.

Los dos viajeros entraron en el patio de una posada extramuros. Cósimo se apostó

sobre una glicina. En una mesa había un cliente que los esperaba; no se le veía el rostro,

encubierto por un sombrero negro de anchas alas. Aquellas tres cabezas, o mejor,

aquellos tres sombreros, convergieron sobre el cuadrado blanco del mantel; y tras haber

confabulado un poco, las manos del desconocido se pusieron a escribir en un papel

alargado algo que los otros dos le dictaban y que, por el orden en que colocaba las

palabras una bajo otra, se habría dicho una lista de nombres.

- ¡Buenos días, señores! - dijo Cósimo. Los tres sombreros se movieron dejando

aparecer tres rostros con los ojos más que abiertos hacia el hombre de la glicina. Pero

uno de los tres, el de las anchas alas, volvió a bajar la cabeza enseguida, hasta el punto

de tocar la mesa con la punta de la nariz. Mi hermano había tenido tiempo de entrever

una fisonomía que no le parecía desconocida.

- ¡Buenos días a usted! - dijeron los dos -. Pero ¿es costumbre del lugar presentarse a

los forasteros bajando del cielo como un pichón? ¡Espero que queráis descender de

inmediato a explicárnoslo!

- Quien está en lo alto está bien a la vista por todas partes - dijo el barón -, mientras

que hay quien se arrastra para esconder el rostro.

- Sabed que ninguno de nosotros está obligado a mostraros el rostro, señor, más de lo

que está obligado a mostraros el trasero.

- Sé que para cierta clase de personas es un punto de honor tener la cara en la

el barón rampanteWhere stories live. Discover now