Parte 24

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Que Cósimo estaba loco, en Ombrosa se había dicho siempre, desde que a los doce

años subió a los árboles negándose a descender. Pero después, como suele ocurrir, esta

locura suya había sido aceptada por todos, y no hablo sólo de la idea fija de vivir allá

arriba, sino de las distintas rarezas de su carácter, y nadie lo consideraba más que un

original. Luego, en plena época de su amor por Viola, hubo aquellas manifestaciones en

idiomas incomprensibles, especialmente aquella de la fiesta del patrón, que los más

consideraron sacrílega, interpretando sus palabras como un grito herético, quizá en

cartaginés, la lengua de los pelagianos, o una profesión de socinianismo, en polaco. A

partir de entonces, empezó a correr la voz: «¡El barón ha enloquecido!», y los cuerdos

añadían: «¿Cómo puede enloquecer alguien que ha estado loco siempre?»

En medio de estos juicios opuestos, Cósimo se había vuelto loco de verdad. Si antes

iba completamente vestido con pieles, ahora empezó a adornarse la cabeza con plumas,

como los aborígenes de América, plumas de upupa o verderol, de colores vivos, y

además de en la cabeza las llevaba diseminadas por la ropa. Terminó por hacerse

fraques cubiertos del todo de plumas, y por imitar los hábitos de varios pájaros, como el

picamaderos, sacando de los troncos lombrices y larvas y alabándolos como gran riqueza.

Recitaba también apologías de los pájaros a la gente que se congregaba a oírlo y a

mofarse bajo los árboles: y de cazador se convirtió en abogado de los plumíferos, y se

proclamaba ora chamarón, ora lechuza, ora petirrojo, con oportunos camuflajes, y

pronunciaba discursos de acusación contra los hombres, que no sabían reconocer en los

pájaros a sus verdaderos amigos, discursos que eran, claro, de acusación a toda la

sociedad humana, bajo forma de parábolas. También los pájaros se habían dado cuenta

de este cambio de ideas, y se le acercaban, aunque debajo hubiese gente escuchándolo.

Así podía ilustrar su disertación con ejemplos vivientes que señalaba en las ramas de

alrededor.

Debido a esta virtud suya se habló mucho entre los cazadores de Ombrosa de utilizarlo

como reclamo, pero nadie se atrevió nunca a disparar sobre los pájaros que se le

posaban cerca. Porque el barón, incluso ahora que no estaba muy en su juicio, seguía

imponiendo cierto respeto; se burlaban de él, sí, y a menudo tenía bajo sus árboles un

cortejo de granujas y haraganes que le daban matraca, pero también era respetado, y se

le escuchaba siempre con atención.

Sus árboles ahora estaban adornados con hojas escritas, e incluso con carteles con

máximas de Séneca y Shaftesbury, y con objetos: mechones de plumas, cirios de iglesia,

hoces, coronas, bustos de mujer, pistolas, balanzas, atados unos a otros con cierto orden.

La gente de Ombrosa pasaba las horas tratando de adivinar qué querían decir aquellos

el barón rampanteWhere stories live. Discover now