Que Cósimo estaba loco, en Ombrosa se había dicho siempre, desde que a los doce
años subió a los árboles negándose a descender. Pero después, como suele ocurrir, esta
locura suya había sido aceptada por todos, y no hablo sólo de la idea fija de vivir allá
arriba, sino de las distintas rarezas de su carácter, y nadie lo consideraba más que un
original. Luego, en plena época de su amor por Viola, hubo aquellas manifestaciones en
idiomas incomprensibles, especialmente aquella de la fiesta del patrón, que los más
consideraron sacrílega, interpretando sus palabras como un grito herético, quizá en
cartaginés, la lengua de los pelagianos, o una profesión de socinianismo, en polaco. A
partir de entonces, empezó a correr la voz: «¡El barón ha enloquecido!», y los cuerdos
añadían: «¿Cómo puede enloquecer alguien que ha estado loco siempre?»
En medio de estos juicios opuestos, Cósimo se había vuelto loco de verdad. Si antes
iba completamente vestido con pieles, ahora empezó a adornarse la cabeza con plumas,
como los aborígenes de América, plumas de upupa o verderol, de colores vivos, y
además de en la cabeza las llevaba diseminadas por la ropa. Terminó por hacerse
fraques cubiertos del todo de plumas, y por imitar los hábitos de varios pájaros, como el
picamaderos, sacando de los troncos lombrices y larvas y alabándolos como gran riqueza.
Recitaba también apologías de los pájaros a la gente que se congregaba a oírlo y a
mofarse bajo los árboles: y de cazador se convirtió en abogado de los plumíferos, y se
proclamaba ora chamarón, ora lechuza, ora petirrojo, con oportunos camuflajes, y
pronunciaba discursos de acusación contra los hombres, que no sabían reconocer en los
pájaros a sus verdaderos amigos, discursos que eran, claro, de acusación a toda la
sociedad humana, bajo forma de parábolas. También los pájaros se habían dado cuenta
de este cambio de ideas, y se le acercaban, aunque debajo hubiese gente escuchándolo.
Así podía ilustrar su disertación con ejemplos vivientes que señalaba en las ramas de
alrededor.
Debido a esta virtud suya se habló mucho entre los cazadores de Ombrosa de utilizarlo
como reclamo, pero nadie se atrevió nunca a disparar sobre los pájaros que se le
posaban cerca. Porque el barón, incluso ahora que no estaba muy en su juicio, seguía
imponiendo cierto respeto; se burlaban de él, sí, y a menudo tenía bajo sus árboles un
cortejo de granujas y haraganes que le daban matraca, pero también era respetado, y se
le escuchaba siempre con atención.
Sus árboles ahora estaban adornados con hojas escritas, e incluso con carteles con
máximas de Séneca y Shaftesbury, y con objetos: mechones de plumas, cirios de iglesia,
hoces, coronas, bustos de mujer, pistolas, balanzas, atados unos a otros con cierto orden.
La gente de Ombrosa pasaba las horas tratando de adivinar qué querían decir aquellos
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el barón rampante
Randomel barón rampante italo Calvino Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondo, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la h...