Parte 23

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El hecho que ahora he narrado prueba que los ombrosenses, así como habían sido

pródigos en chismes sobre la anterior vida galante de mi hermano, ahora, ante esta

pasión que se desencadenaba, puede decirse, sobre sus cabezas, mantenían una

respetuosa reserva, como ante algo más grande que ellos. No es que no desaprobaran la

conducta de la marquesa; pero más por sus aspectos externos, como aquel galopar

desenfrenado («¿Quién sabe a donde irá presa de esa furia?», se decían, aun sabiendo

perfectamente que iba a sus encuentros con Cósimo), o aquel mobiliario que ponía en lo

alto de los árboles. Ya estaba en el ambiente el considerarlo todo como una moda de los

nobles, una de tantas extravagancias («Todos sobre los árboles, ahora. Mujeres,

hombres. ¿No tienen nada más que inventar?»); en fin, estaban llegando tiempos acaso

más tolerantes, pero más hipócritas.

En los acebos de la plaza el barón se dejaba ver ahora con grandes intervalos, y era

señal de que ella había partido. Porque Viola estaba a veces lejos durante meses,

cuidando sus bienes diseminados por toda Europa, pero estas partidas correspondían

siempre a momentos en que sus relaciones habían sufrido sacudidas y la marquesa se

había ofendido con Cósimo por no entender éste lo que ella quería hacerle entender del

amor. No es que Viola se marchase ofendida con él: siempre conseguían hacer las paces

antes, pero en él quedaba la sospecha de que a aquel viaje se hubiese decidido por

cansancio de él, porque no conseguía retenerla, quizá se estaba ya apartando de él,

quizá una coyuntura durante el viaje o una pausa de reflexión la decidirían a no volver. De

modo que mi hermano vivía angustiado. Por una parte trataba de reanudar su vida

habitual de antes de encontrarla, ir de nuevo a cazar o a pescar, y continuar los trabajos

agrícolas, sus estudios, las valentonadas en la plaza, como si nunca hubiese hecho otra

cosa (persistía en él el testarudo orgullo juvenil de quien no quiere admitir que sufre

influencias ajenas), y al mismo tiempo se complacía de todo cuanto aquel amor le daba,

de alacridad, de fiereza; pero por otra parte se daba cuenta de que muchas cosas ya no le

importaban, que sin Viola la vida bien poco sabor tenía, que sus pensamientos corrían

siempre hacia ella. Cuanto más trataba, fuera del torbellino de la presencia de Viola, de

volver a dominar las pasiones y los placeres en una sabia economía del alma, más sentía

el vacío dejado por ella o la fiebre de esperarla. En suma, su enamoramiento era

justamente como Viola lo quería, no como él pretendía que fuese; era siempre la mujer

quien triunfaba, incluso si estaba lejos, y Cósimo, a pesar suyo, terminaba por disfrutar

con ello.

Repentinamente, la marquesa regresaba. En los árboles volvía a empezar la estación

el barón rampanteOù les histoires vivent. Découvrez maintenant