El hecho que ahora he narrado prueba que los ombrosenses, así como habían sido
pródigos en chismes sobre la anterior vida galante de mi hermano, ahora, ante esta
pasión que se desencadenaba, puede decirse, sobre sus cabezas, mantenían una
respetuosa reserva, como ante algo más grande que ellos. No es que no desaprobaran la
conducta de la marquesa; pero más por sus aspectos externos, como aquel galopar
desenfrenado («¿Quién sabe a donde irá presa de esa furia?», se decían, aun sabiendo
perfectamente que iba a sus encuentros con Cósimo), o aquel mobiliario que ponía en lo
alto de los árboles. Ya estaba en el ambiente el considerarlo todo como una moda de los
nobles, una de tantas extravagancias («Todos sobre los árboles, ahora. Mujeres,
hombres. ¿No tienen nada más que inventar?»); en fin, estaban llegando tiempos acaso
más tolerantes, pero más hipócritas.
En los acebos de la plaza el barón se dejaba ver ahora con grandes intervalos, y era
señal de que ella había partido. Porque Viola estaba a veces lejos durante meses,
cuidando sus bienes diseminados por toda Europa, pero estas partidas correspondían
siempre a momentos en que sus relaciones habían sufrido sacudidas y la marquesa se
había ofendido con Cósimo por no entender éste lo que ella quería hacerle entender del
amor. No es que Viola se marchase ofendida con él: siempre conseguían hacer las paces
antes, pero en él quedaba la sospecha de que a aquel viaje se hubiese decidido por
cansancio de él, porque no conseguía retenerla, quizá se estaba ya apartando de él,
quizá una coyuntura durante el viaje o una pausa de reflexión la decidirían a no volver. De
modo que mi hermano vivía angustiado. Por una parte trataba de reanudar su vida
habitual de antes de encontrarla, ir de nuevo a cazar o a pescar, y continuar los trabajos
agrícolas, sus estudios, las valentonadas en la plaza, como si nunca hubiese hecho otra
cosa (persistía en él el testarudo orgullo juvenil de quien no quiere admitir que sufre
influencias ajenas), y al mismo tiempo se complacía de todo cuanto aquel amor le daba,
de alacridad, de fiereza; pero por otra parte se daba cuenta de que muchas cosas ya no le
importaban, que sin Viola la vida bien poco sabor tenía, que sus pensamientos corrían
siempre hacia ella. Cuanto más trataba, fuera del torbellino de la presencia de Viola, de
volver a dominar las pasiones y los placeres en una sabia economía del alma, más sentía
el vacío dejado por ella o la fiebre de esperarla. En suma, su enamoramiento era
justamente como Viola lo quería, no como él pretendía que fuese; era siempre la mujer
quien triunfaba, incluso si estaba lejos, y Cósimo, a pesar suyo, terminaba por disfrutar
con ello.
Repentinamente, la marquesa regresaba. En los árboles volvía a empezar la estación
![](https://img.wattpad.com/cover/28797554-288-k53723.jpg)
VOUS LISEZ
el barón rampante
Randomel barón rampante italo Calvino Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondo, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la h...