Parte 30

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Ahora yo no sé qué nos traerá este siglo decimonono, que ha comenzado mal y que

continúa cada vez peor. Gravita sobre Europa la sombra de la Restauración; todos los

innovadores - fueran jacobinos o bonapartistas -, derrotados; el absolutismo y los jesuitas

han recobrado su espacio; los ideales de la juventud, las luces, las esperanzas de nuestro

siglo decimoctavo, todo son cenizas.

Yo confío mis pensamientos a este cuaderno, no sabría expresarlos de otro modo: he

sido siempre un hombre sosegado, sin grandes impulsos o manías, padre de familia, de

linaje noble, ilustrado de ideas, respetuoso de las leyes. Los excesos de la política nunca

me han dado sacudidas demasiado fuertes, y espero que continúe así. Pero dentro, ¡qué

tristeza!

Antes era distinto, estaba mi hermano; me decía: «está ya él que piensa», y yo me

dedicaba a vivir. La señal de que las cosas han cambiado para mí no ha sido ni la llegada

de los austrorrusos, ni la anexión al Piamonte, ni los nuevos impuestos o qué sé yo, sino

el no verlo ya a él, al abrir la ventana, allá arriba en equilibrio. Ahora que él no está, me

parece que tendría que pensar en muchas cosas, filosofía, política, historia, sigo las

gacetas, leo los libros, me rompo la cabeza con ellos, pero lo que quería decir él no se

presenta, es otra cosa lo que él pretendía, algo que lo abarcase todo, y no podía decirlo

con palabras sino viviendo como vivió. Sólo siendo tan despiadadamente él mismo como

fue hasta su muerte, podía dar algo a todos los hombres.

Recuerdo cuando enfermó. Nos dimos cuenta porque llevó su yacija al gran nogal allí

en medio de la plaza. Antes los lugares donde dormía los había tenido siempre

escondidos, con su instinto selvático. Ahora sentía la necesidad de estar siempre a la

vista de los demás. A mí se me encogió el corazón: siempre había pensado que no le

gustaría morir solo, y aquello quizá era ya un signo. Le mandamos un médico, con una

escalera; cuando bajó hizo una mueca y abrió los brazos.

Subí yo por la escalera. «Cósimo - empecé a decirle -, tienes sesenta y cinco años

cumplidos, ¿cómo puedes continuar estando ahí arriba? A estas alturas lo que querías

decir lo has dicho, lo hemos entendido, ha sido una gran fuerza de ánimo la tuya, lo has

conseguido, ahora puedes bajar. Incluso quien ha pasado toda su vida en el mar llega a

una edad en la que desembarca.»

Pero qué va. Dijo que no con la mano. Ya casi no hablaba. Se levantaba, de vez en

cuando, envuelto en una manta hasta la cabeza, y se sentaba en una rama a disfrutar de

un poco de sol. Más allá no se desplazaba. Había una vieja del pueblo, una santa mujer

(quizá una antigua amante suya), que iba a asearlo, a llevarle platos calientes. Teníamos

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⏰ Huling update: Aug 06, 2016 ⏰

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el barón rampanteTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon