Sobre las hazañas llevadas a cabo por él en los bosques durante la guerra, Cósimo
contó tantas cosas, y tan increíbles, que yo no me atrevo a avalar una u otra versión. Le
dejo la palabra a él, recogiendo fielmente algunos de sus relatos:
En el bosque se aventuraban patrullas de exploradores de ambos ejércitos. Desde lo
alto de las ramas, a cada paso que oía entre las matas, yo aguzaba el oído para saber si
era de austrosardos o de franceses.
Un tenientillo austríaco, muy rubio, mandaba una patrulla de soldados perfectamente
uniformados, con coleta y borlas, tricornio y polainas, bandas blancas cruzadas, fusil y
bayoneta, y los hacía marchar de dos en dos, intentando mantener la alineación en
aquellos abruptos senderos. Ignorante de cómo era el bosque, pero seguro de seguir
punto por punto las órdenes recibidas, el oficialillo avanzaba según las líneas trazadas en
el mapa, dándose continuamente topetazos con los troncos, haciendo resbalar a la tropa
con los zapatos claveteados por piedras lisas o sacarse los ojos en los zarzales, pero
consciente siempre de la supremacía de las armas imperiales.
Eran unos magníficos soldados. Yo estaba al acecho escondido en un pino. Tenía en la
mano una piña de medio kilo y la dejé caer sobre la cabeza del último. El infante abrió los
brazos, dobló las rodillas y cayó entre los helechos del monte bajo. Nadie se dio cuenta
de ello; el pelotón continuó su marcha.
Los volví a alcanzar. Esta vez tiré un puercoespín hecho una bola al cuello de un cabo.
El cabo agachó la cabeza y se desmayó. El teniente esta vez observó el hecho, envió a
dos hombres a coger una camilla, y prosiguió.
La patrulla, como si lo hiciese expresamente, se metía en lo más enmarañado de todo
el bosque. Y la esperaba siempre una nueva celada. Había recogido en un cartucho unas
orugas peludas, azules, que cuando se las tocaba hinchaban la piel peor que una ortiga, y
les dejé caer encima un centenar. El pelotón pasó, desapareció en la espesura, volvió a
aparecer rascándose, con las manos y los rostros llenos de ampollitas rojas, y siguió
adelante.
Maravillosa tropa y magnífico oficial. Todo, en el bosque, le era tan ajeno, que no
distinguía lo que en él había de insólito, y proseguía con sus efectivos diezmados, pero
siempre fieros e indomables. Recurrí entonces a una familia de gatos salvajes: los
lanzaba por la cola, tras haberles dado unas vueltas en el aire, lo que les irritaba lo
indecible. Hubo mucho ruido, felino en especial, luego silencio y tregua. Los austríacos
curaban a los heridos. La patrulla, blanca con las vendas, reanudó su marcha.
«Aquí lo único es intentar hacerlos prisioneros», me dije, apresurándome a
precederlos, esperando encontrar una patrulla francesa a la que advertir de la proximidad
![](https://img.wattpad.com/cover/28797554-288-k53723.jpg)
ESTÁS LEYENDO
el barón rampante
Randomel barón rampante italo Calvino Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondo, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la h...