Capítulo 7
El último intento de capturar a Cósimo lo llevó a cabo nuestra hermana Battista.
Iniciativa suya, naturalmente, realizada sin consultar con nadie, en secreto, como hacía
ella las cosas. Salió de noche, con una caldera de visco y una escalera de mano, y
enviscó un algarrobo desde la cima al pie. Era un árbol en el que Cósimo acostumbraba
posarse todas las mañanas.
Por la mañana, en el algarrobo se encontraron pegados jilgueros que batían las alas,
chochines todos envueltos en aquella porquería, mariposas nocturnas, hojas traídas por el
viento, una cola de ardilla, y también un faldón arrancado del frac de Cósimo. Quién sabe
si se había sentado en una rama y había conseguido luego liberarse, o si en cambio - más
probablemente, dado que de algún tiempo a esta parte no lo veía llevar el frac - aquel
pedazo lo había puesto aposta para tomarnos el pelo. Sea como fuere, el árbol quedó
asquerosamente embadurnado de visco y después se secó.
Empezamos a convencernos de que Cósimo no volvería jamás, incluso nuestro padre.
Desde que mi hermano saltaba por los árboles de todo el territorio de Ombrosa, el barón
ya no se atrevía a dejarse ver, porque temía que la dignidad ducal se viera comprometida.
Se ponía cada vez más pálido y enjuto de carnes y no sé hasta qué punto era de angustia
paterna o de preocupación por consecuencias dinásticas: pero ambas cosas se habían
convertido en una sola, porque Cósimo era su primogénito, heredero del título, y si
difícilmente puede encontrarse a un barón que salte por las ramas como un francolín,
todavía puede admitirse menos que se trate de un duque, aunque sea joven, y desde
luego el controvertido título no hallaría en aquella conducta del heredero un argumento en
su apoyo.
Preocupaciones inútiles, claro, porque de las veleidades de nuestro padre todos se
reían en Ombrosa; y los nobles que poseían villas por los alrededores lo tenían por loco.
Entre los nobles ya se había extendido la costumbre de habitar villas en lugares
agradables, más que en los castillos de los feudos, y esto daba lugar a que se tendiera a
vivir como ciudadanos particulares, a evitar preocupaciones. ¿Quién iba a pensar todavía
en el antiguo ducado de Ombrosa? Lo bueno de Ombrosa es que era casa de todos y de
nadie: ligada a ciertos derechos con los marqueses de Ondariva, señores de casi todas
las tierras, pero desde hacía tiempo municipio libre, tributario de la República de Génova;
allí nosotros podíamos estar tranquilos, entre las tierras que habíamos heredado y otras
que habíamos comprado por nada al municipio en un momento en que estaba lleno de
deudas. ¿Qué más se podía desear? Los nobles formaban una pequeña sociedad, con
villas y parques y huertos hasta el mar; todos vivían alegremente haciéndose visitas y
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el barón rampante
Randomel barón rampante italo Calvino Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondo, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la h...