Parte 26

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Ombrosa era también tierra de viñas. No lo he puesto nunca de relieve porque

siguiendo a Cósimo he debido mantenerme siempre en las plantas altas. Pero había

vastas pendientes de viñedos, y en agosto, bajo el follaje de las hileras, las uvas rojas se

hinchaban en racimos de un zumo denso ya de color de vino. Algunas viñas formaban

emparrados; lo digo también porque Cósimo al envejecer se había vuelto tan pequeño y

ligero y había aprendido tan bien el arte de caminar sin peso que las pequeñas vigas de

los emparrados lo sostenían. Podía pues pasar sobre las viñas, y andando así, y

ayudándose con los frutales de alrededor, y sosteniéndose en los palos llamados

scarasse, podía realizar muchos trabajos como la poda, en invierno, cuando las vides son

desnudos sarmientos en torno al alambre, o aclarar el exceso de hojas en verano, o

buscar insectos, y luego, en setiembre, la vendimia.

Para la vendimia venían como jornaleros a las viñas toda la gente de Ombrosa, y entre

el verde de las hileras no se veían más que faldas de colores vivos y gorros con borla. Los

arrieros cargaban canastos llenos en las albardas y los vaciaban en los lagares; otros se

los llevaban los distintos recaudadores que venían con cuadrillas de esbirros a controlar

los tributos para los nobles del lugar, para el Gobierno de la República de Genova, para el

clero y otros diezmos. Cada año se originaba alguna pelea. Las cuestiones de las partes

de la cosecha que había que distribuir a diestro y siniestro fueron las que provocaron

mayores protestas en los «cuadernos de quejas», cuando hubo la revolución en Francia.

En estos cuadernos se pusieron a escribir también en Ombrosa, sólo por probar, aunque

aquí no servía de nada. Había sido una de las ideas de Cósimo, el cual por esa época ya

no tenía ganas de ir a las reuniones de la Logia para discutir con aquellos cuatro

borrachines masones. Estaba en los árboles de la plaza y se le acercaba la gente del

litoral y del campo para que le explicase las noticias, porque él recibía las gacetas por el

correo, y además tenía ciertos amigos suyos que le escribían, entre los cuales el

astrónomo Bailly, a quien más tarde hicieron maire de París, y otros de los clubs. A cada

momento había una nueva: Necker y el juego de pelota, y la Bastilla, y Lafayette con su

caballo blanco, y el rey Luis disfrazado de lacayo. Cósimo lo explicaba y recitaba todo

saltando de una rama a otra, y en una rama hacía de Mirabeau en la tribuna, sobre otra

de Marat en los Jacobinos, en otra más de rey Luis en Versalles poniéndose el gorro frigio

para contentar a las comadres llegadas a pie desde París.

Para explicar qué eran los «cuadernos de quejas», Cósimo dijo: «Probemos a hacer

uno.» Cogió un cuaderno de escuela y lo colgó del árbol con un cordel; cada uno iba allí y

apuntaba las cosas que no marchaban. Surgían quejas de toda clase; sobre el precio del

el barón rampanteOnde histórias criam vida. Descubra agora