Parte 13

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Con el trato con el bandido, pues, Cósimo había adquirido una desmesurada pasión

por la lectura y el estudio, que mantuvo luego durante toda su vida. La actitud habitual en

que se lo encontraba ahora, era con un libro abierto en la mano, sentado a horcajadas de

una rama cómoda, o bien apoyado en una horqueta como en un pupitre de escuela, con

una hoja encima de una tablilla, el tintero en un hueco del árbol, escribiendo con una larga

pluma de oca.

Ahora era él quien iba a buscar al abate Fauchelafleur para que le diese clase, para

que le explicase Tácito y Ovidio y los cuerpos celestes y las leyes de la química, pero el

viejo cura salvo un poco de gramática y algo de teología se ahogaba en un mar de dudas

y de lagunas, y ante las preguntas del alumno abría los brazos y alzaba los ojos al cielo.

- Monsieur l'Abbé, ¿cuántas mujeres se pueden tener en Persia? Monsieur l'Abbé,

¿quién es el vicario de Saboya? Monsieur l'Abbé, ¿me puede explicar el sistema de

Linneo?

- Alors... Maintenant... Voyons... - empezaba el abate, luego se perdía, y ya no

continuaba.

Pero Cósimo, que devoraba libros de todas clases, y la mitad de su tiempo se lo

pasaba leyendo y la otra mitad cazando para pagar la cuenta del librero Orbecche,

siempre tenía algo nuevo que contar. De Rousseau que paseaba herborizando por los

bosques de Suiza, de Benjamín Franklin que atrapaba los rayos con las cometas, del

barón de la Hontan que vivía feliz entre los indios de América.

El viejo Fauchelafleur prestaba oídos a estas disertaciones con atención maravillada,

no sé si por verdadero interés o si solamente por el alivio de no tener que ser él quien

enseñara; y asentía, e intervenía con: «Non! Dites-le moi», cuando Cósimo se dirigía a él

preguntando: «¿Y sabéis cómo es que...?», o bien con: «Tiens! Mais c'est épatant!»,

cuando Cósimo le daba la respuesta, y a veces con unos: «Mon Dieu!», que tanto podían

ser de alegría por las nuevas grandezas de Dios que en ese momento se le revelaban,

como de pesar por la omnipresencia del Mal que bajo cualquier apariencia dominaba sin

salvación posible el mundo.

Yo era demasiado niño y Cósimo no tenía amigos más que entre las clases iletradas,

por lo que su necesidad de comentar los descubrimientos que iba haciendo en los libros la

desahogaba sepultando con preguntas y explicaciones al viejo preceptor. El abate, como

sabéis, tenía una disposición sumisa y acomodaticia que procedía de una superior

conciencia de la vanidad del todo; y Cósimo se aprovechaba de ello. De modo que la

relación se invirtió: Cósimo hacía de maestro y Fauchelafleur de alumno. Y era tanta la

autoridad que mi hermano había adquirido que conseguía arrastrar detrás de él al viejo

el barón rampanteWhere stories live. Discover now