capitulo 11
Durante mucho tiempo, toda una época de su adolescencia, la caza fue para Cósimo el
mundo. También la pesca, ya que con un sedal aguardaba anguilas y truchas en los
remansos del torrente. Se nos ocurría pensar a veces que quizá él ya tenía sentidos e
instintos distintos de los nuestros, y que aquellas pieles con las que se ataviaba
correspondían a una mutación total de su naturaleza. Desde luego, el estar
continuamente en contacto con las cortezas de los árboles, fija la mirada en el moverse
de las plumas, los pelos, las escamas, en esa gama de colores que presenta esta
apariencia del mundo, y luego la verde corriente que circula como una sangre de otro
mundo en las venas de las hojas: todas estas formas de vida tan alejadas de la humana
como un tallo de planta, un pico de tordo, una branquia de pez, estos confines de lo
salvaje a los que tan profundamente se había arrojado, podían ahora modelar su ánimo,
hacerle perder toda semblanza de hombre. Y en cambio, por muchos dones que él
absorbiese de la comunión con las plantas y de la lucha con los animales, siempre vi
claramente que su puesto estaba aquí, que estaba de nuestra parte.
Pero aunque fuera sin querer, algunas costumbres se hacían más raras y se perdían.
Como el seguirnos las fiestas a la misa mayor de Ombrosa. Durante los primeros meses
trató de hacerlo. Cada domingo, al salir toda la familia apretujada, vestida de ceremonia,
lo encontrábamos sobre las ramas, también él, en cierto modo, con un intento de traje de
fiesta, por ejemplo, con el viejo frac desenterrado, o el tricornio en lugar del gorro de piel.
Nosotros nos encaminábamos, él nos seguía por las ramas, e íbamos así hasta el recinto
sagrado, observados por todos los ombrosenses (aunque pronto se habituaron y
disminuyó también la incomodidad de nuestro padre), nosotros acompasados, él saltando
por los aires, lo que debía de ser una extraña visión, sobre todo en invierno, con los
árboles desnudos. Entrábamos en la catedral, nos sentábamos en nuestro banco de
familia, y él se quedaba fuera, se apostaba en un acebo al lado de una nave, justamente a
la altura de una gran ventana. Desde nuestro banco veíamos a través de las vidrieras la
sombra de las ramas y, en medio, la de Cósimo, con el sombrero en el pecho y la cabeza
inclinada. Por el acuerdo de mi padre con un sacristán, se mantuvo entornada esa vidriera
todos los domingos, y así mi hermano podía seguir la misa desde su árbol. Pero con el
paso del tiempo ya no lo vimos. La ventana fue cerrada porque había corriente.
Muchas cosas que antes habrían sido importantes, para él ya no lo eran. En primavera
se prometió nuestra hermana. ¿Quién lo habría dicho, sólo un año antes? Vinieron estos
condes de Estomac con el condesito, se dio una gran fiesta. Todas las habitaciones de
nuestro palacio estaban iluminadas, había toda la nobleza de los alrededores, se bailaba.
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el barón rampante
Разноеel barón rampante italo Calvino Cuando tenia 12 años, Cosimo Piovasco, barón de Rondo, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramo a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la h...