Parte 28

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Nuestra hermana y el desterrado D'Estomac escaparon de Ombrosa justo a tiempo

para no ser capturados por el ejército republicano. El pueblo de Ombrosa parecía haber

vuelto a los días de la vendimia. Alzaron el Árbol de la Libertad, esta vez más conforme a

los ejemplos franceses, o sea algo parecido a un palo de cucaña. Cósimo, no hay que

decirlo, trepó a él, con el gorro frigio en la cabeza; pero se cansó enseguida y se fue.

En torno a los palacios de los nobles hubo un poco de alboroto, gritos como: «Arístò,

aristò, alla lanterna sairà!» A mí entre que era hermano de mi hermano y que siempre

hemos sido nobles de poca importancia, me dejaron en paz; es más, después me

consideraron incluso un patriota (por lo que, cuando cambió de nuevo, tuve problemas).

Montaron la municipalité, el maire, todo a la francesa; mi hermano fue nombrado de la

junta provisional, aunque muchos no estaban de acuerdo, considerándolo un demente.

Los del antiguo régimen reían y decían que eran una pandilla de locos.

La junta se reunía en el viejo palacio del gobernador genovés. Cósimo se encaramaba

a un algarrobo, a la altura de las ventanas, y seguía las discusiones. A veces intervenía,

voceando, y daba su voto. Ya se sabe que los revolucionarios son más formalistas que los

conservadores: ponían dificultades, que era un sistema que no marchaba, que disminuía

el decoro de la asamblea, y así sucesivamente, y cuando en lugar de la República

oligárquica de Genova proclamaron la República Ligur, en la nueva administración ya no

eligieron a mi hermano.

Y pensar que Cósimo en esa época había escrito un Proyecto de Constitución para

Ciudad Republicana! con Declaración de los Derechos de los Hombres, de las Mujeres,

de los Niños, de los Animales Domésticos y Salvajes, incluidos Pájaros, Peces e Insectos,

y de las Plantas sean de Alto Tallo u Hortalizas y Hierbas... Era un bellísimo trabajo, que

podía servir de orientación a todos los gobernantes; en cambio nadie lo tomó en

consideración y quedó en letra muerta.

Pero la mayor parte de su tiempo Cósimo lo pasaba todavía en el bosque, donde los

zapadores del Cuerpo de Ingenieros del Ejército francés, abrían una carretera para el

transporte de la artillería. Con las largas barbas que salían de debajo de los colbacs y se

perdían en los grandes delantales de cuero, los zapadores eran distintos de todos los

demás militares. Quizá esto dependía del hecho de que detrás de sí ellos no llevaban ese

rastro de desastres y despilfarros de las otras tropas, sino la satisfacción de cosas que

quedaban y la ambición de hacerlas lo mejor posible. Además tenían muchas cosas que

contar: habían atravesado naciones, vivido asedios y batallas; algunos de ellos incluso

habían visto las grandes cosas ocurridas allá en París, la Bastilla y las guillotinas; y

el barón rampanteWhere stories live. Discover now