Parte 10

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Capitulo 10

Los olivos, por sus contorsiones, son para Cósimo caminos cómodos y llanos, árboles

pacientes y amigos, con su áspera corteza, para pasar por ellos y para detenerse en ellos,

aún cuando las ramas gruesas sean pocas en cada árbol y no haya gran variedad de

movimientos. En una higuera, por el contrario, teniendo cuidado de que soporte el peso,

no se acaba nunca de dar vueltas; Cósimo está bajo el pabellón de las hojas, ve

transparentarse el sol en medio de las nervaduras, los frutos verdes hincharse poco a

poco, huele el látex que gotea por el cuello de los pedúnculos. La higuera se apodera de

ti, te impregna con su humor gomoso, con los zumbidos de los abejorros; poco después a

Cósimo le parecía estar convirtiéndose en higuera él mismo y, molesto, se marchaba.

Sobre el duro serbal, o sobre la morera, se está bien; lástima que sean escasos. Lo

mismo los nogales, que incluso a mí, y es mucho decir, a veces viendo a mi hermano

perderse en un viejo nogal inmenso, como en un palacio de muchos pisos e innumerables

habitaciones, me venían ganas de imitarlo, de estarme allá arriba; tanta es la fuerza y la

certeza que pone ese árbol en ser árbol, la obstinación en ser pesado y duro, que se

expresa hasta por sus hojas.

Cósimo se sentía a gusto entre las onduladas hojas de las encinas, y amaba su

agrietada corteza, de la que cuando estaba distraído arrancaba pedacitos con los dedos,

no por instinto de causar daño, sino como para ayudar al árbol en su largo esfuerzo por

rehacerse. O también desescamaba la blanca corteza de los plátanos, descubriendo

capas de viejo oro mohoso. Amaba también los troncos almohadillados como los del

olmo, que en los nudos echa brotes tiernos y penachos de hojas dentadas y de sámaras

de papel; pero es difícil moverse por él porque las ramas van hacia arriba, débiles y

tupidas, y dejan poco paso. En los bosques, prefería hayas y encinas; porque en el pino

las horcaduras, muy próximas, nada fuertes y todas llenas de agujas, no dejan sitio ni

apoyo; y el castaño, entre las hojas espinosas, los erizos, la corteza, y las ramas altas,

parece hecho aposta para mantenerlo a uno lejos.

Estas amistades y distinciones Cósimo las reconoció más tarde con el tiempo, poco a

poco, o sea reconoció conocerlas; pero ya en aquellos primeros días empezaban a formar

parte de él como instinto natural. El mundo ya era para él distinto, compuesto de

estrechos y curvados puentes en el vacío, de nudos o escamas o arrugas que hacen

escabrosas las cortezas, de luces cuyo verde varía según el toldo de hojas espesas o

más escasas, temblorosas a la primera sacudida del aire en sus pedúnculos, o modas

como velas con el curvarse del árbol. Mientras que el nuestro, de mundo, se achataba allá

al fondo, y nosotros teníamos formas desproporcionadas y desde luego no entendíamos

el barón rampanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora