Parte 20

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De esa época no puedo decir gran cosa, porque se remonta a entonces mi primer viaje

por Europa. Había cumplido los veintiún años y podía gozar del patrimonio familiar como

mejor me agradara, porque a mi hermano le bastaba poco, y no mucho más necesitaba

nuestra madre, que, pobrecita, había ido envejeciendo mucho en los últimos años. Mi

hermano quería firmarme un documento de usufructuario de todos los bienes, con tal de

que le pasase una renta mensual, le pagase los impuestos y tuviese un poco en orden los

negocios. No tenía más que tomar la dirección de las posesiones, escoger una esposa, y

ya veía ante mí aquella vida ordenada y pacífica que a pesar de las grandes convulsiones

del cambio de siglo conseguí vivir realmente.

Pero, antes de empezar, me concedí un período de viajes. Fui incluso a París, a tiempo

para ver la triunfal acogida tributada a Voltaire, que regresaba después de muchos años

para la representación de una tragedia suya. Pero éstas no son las memorias de mi vida,

que no merecerían desde luego ser escritas; quería decir únicamente cómo me

sorprendió en todo este viaje la fama que se había difundido del hombre rampante de

Ombrosa, hasta en las naciones extranjeras. Incluso vi en un almanaque una figura con el

escrito debajo: «L'homme sauvage d'Ombreuse (Rép. Génoise). Vit seulement sur les

arbres.» Lo habían representado como un ser todo recubierto de vello, con una larga

barba y una larga cola, y comía una langosta. Esta figura estaba en el capítulo de los

monstruos, entre el Hermafrodita y la Sirena.

Frente a fantasías de este género, yo, normalmente me guardaba mucho de revelar

que el hombre salvaje era mi hermano. Pero lo proclamé muy alto cuando en París fui

invitado a una recepción en honor a Voltaire. El viejo filósofo estaba en su butaca,

mimado por un tropel de madamas, alegre como unas pascuas y malicioso como un

puercoespín. Cuando supo que venía de Ombrosa, me dirigió la palabra:

- C'est chez vous, mon cher Chevalier, qu'il y a ce fameux philosophe qui vit sur les

arbres comme un singe?

Y yo, halagado, no pude contenerme de contestarle:

- C'est mon frére, monsieur, le barón de Rondeau.

Voltaire se sorprendió mucho, quizá también porque el hermano de aquel fenómeno

parecía persona muy normal, y se puso a hacerme preguntas, como:

- Mais c'est pour approcher du del, que votre frére reste lá-haut?

- Mi hermano sostiene - respondí -, que quien quiere mirar bien la tierra debe

mantenerse a la distancia necesaria - y Voltaire apreció mucho la respuesta.

- Jadis, c'était seulement la Nature qui créait des phénomènes vivants - concluyó -;

maintenant c'est la Raison. - Y el viejo sabio se volvió a zambullir en el parloteo de sus

mojigatas teístas.

el barón rampanteWhere stories live. Discover now