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Mérida

El lunes llega y levantarse para ir a trabajar también. Trabajo en dos sitios, en la cafetería en la que me encuentro abriendo las puertas al público y el local en donde trabajo cada dos sábados. No me falta el dinero, pero si quiero seguir con el lujo de vivir sola, tengo que hacerlo. Y por eso me encuentro a las 8 de la mañana limpiando y preparando todo para el primer cliente de la mañana.

...

La mañana es un caos desde las 9 hasta las 12 del medio día. Mi compañera y yo casi no damos abasto y estoy cansada de repetirle a mi jefe que necesitamos a alguien más para atender, pero no me hace caso. Siempre se excusa en que no hay el suficiente beneficio para contratar a otra persona y yo siempre me muerdo la lengua para no decirle que eso es una mentira como una catedral, porque si lo hago puede ser que esté de patitas en la calle en un abrir y cerrar de ojos.

Atiendo, tomo nota de los pedidos y sirvo cafés y almuerzos. A la hora de cerrar estoy agotada, con un hambre atroz y con una mala leche por dos clientes impresentables que, si no fuera porque necesito este trabajo, no me habría callado y le habría dicho 4 cosas a cada uno. Pero no, sonreír y callar. Como dice mi jefe: "el cliente siempre tiene la razón" y a mí me dan ganas de contestarle de muy malas maneras.

Esta semana me toca a mi cerrar el bar. Solo quedan dos clientes en una mesa y me pongo ha fregar y meter tazas y platos en el lavavajillas para adelantar faena y poder irme cuanto antes a mi piso y disfrutar de la soledad de mi casa. La campanita de la puerta me hace levantar la cabeza del vaso que estoy fregando y mirar quién ha entrado, y creo que después de mucho tiempo un tío me... llama la atención. Alto, delgado pero fuerte, pelo negro que el sol que entra por la ventana le hace que aún parezca más brillante, nariz recta, unos ojos grandes y de color chocolate, labios carnosos... podría pasarme así un buen rato, pero bajo la mirada otra vez a los platos porque me ha pillado haciéndole un escrutinio de arriba a abajo. Dios... que vergüenza.

- Hola, ¿aun esta abierto?- me dice sentándose en un taburete de la barra que queda en frente de mí.

- Si, ¿que quiere?- le pregunto de forma impersonal y con la sonrisa en la cara que tanto he perfeccionado para los clientes durante estos dos años y medio que llevo trabajando aquí.

- Un café con leche por favor.- me pide. Me pongo a prepararlo como a cualquier cliente que entra por la puerta, pero enseguida vuelve a hablar.

- ¿Nunca sonríes?- sus palabras me pillan tan de sorpresa que me giro para mirarlo con una ceja levantada.

-¿Disculpa?- ¿A qué coño viene esa pregunta?, pero claro, eso no lo digo en voz alta.

-Qué si nunca sonríes.- insiste él con una sonrisa divertida adornando sus labios.

- Si que sonrío, ¿lo ves?- y le dedico una de las mejores sonrisas que puedo sacar, aun que sé que no llegue a mis ojos.  Le pongo el café con leche en la barra aunque tenga que contar hasta diez interiormente para no tirarselo por la cabeza. Su chulería, esa seguridad que parece que desprende por cada poro de su piel y su pregunta no me han gustado nada. Es como si ya diera por hecho de que ya quiero quitarle los pantalones. Que un buen meneo tiene, pero que se lo tenga tan creído no me gusta.

-Yo lo que veo es una chica que está cansada de trabajar y que esa sonrisa no es verdadera, solo la forzada que le dedicas a todos los clientes.- suelta quedándose tan pancho, y eso consigue que mi boca la primera bordería que se me ha pasado por la cabeza.

-No, te equivocas machote. Es la sonrisa falsa de una chica que está cansada de trabajar tantas horas en un cuchitril, donde le pagan una mierda y donde tiene que aguantar a personajes de todo tipo.- contraataco y le dedico otra de esas sonrisas.

Abre los ojos sorprendido por mi contestación y seguido en sus labios aparece una sonrisa; y dios... que sonrisa.

- ¿Y como te llamas? Chica explotada por sus jefes. - pregunta apoyando los codos en la barra y juntado las dos manos a la altura de su barbilla mientras me mira a los ojos. Ahora sonríe como un bendito y su comentario me hace gracia, pero me rió por dentro. No puedo evitarlo, pero su chulería y su sonrisa canalla me molestan, por eso digo el primer nombre que me viene a la mente.

-Flugencia.- le suelto con toda la tranquilidad del mundo mientras empiezo a lavar los platos de nuevo para mantener las manos ocupadas. Vuelve a abrir los ojos con sorpresa.

-¿Enserio?.

Solo asiento mientras continuo fregando y secando los últimos vasos que me quedan. Un cliente que estaba en la ultima mesa se acerca y me paga su cuenta, yo le dedico la sonrisa prefabricada y un "gracias" sale de mi boca automáticamente. Después de un minuto de silencio, el chico mono vuelve a hablar.

-Es mentira.- dice mas para si mismo que para mí mientras observa y juega con la taza que tiene entre los dedos y que está  medio vacía.

-Puede ser que sí, o puede ser que no.- y me encojo de hombros.

-¿Quieres saber el mio?- me pregunta con una sonrisa demasiado sexy en su boca. Pongo cara de pensarlo mucho pero al final contesto:

-Mm... ¡nah!- e intento decirlo lo más pasota posible. 

Se empieza a reír ante mi negativa, agachando la cabeza a su bebida mientras niega y con un toque de desesperación. No se si le estaré sacando de sus casillas o si habré acabado con su paciencia, pero me gusta hacerlo solo por el placer de poder bajarle los humos tan subidos tiene. Se termina su café con leche y deja unas monedas en la barra sin realmente mirar la cantidad que ha dejado.

-Muy bien Flugencia. - dice guiñándome un ojo- Encantado de conocerte.

-Que pase un buen día señor.- le digo intentando picarlo mas. Veo como vuelve a reír y desaparece por la puerta haciendo que la campanita vuelva a sonar.

Un suspiro de satisfacción sale de mi cuerpo cuando veo que no queda nadie en el bar. Que día mas largo, creía que nunca acabaría. Me dispongo a limpiar y a preparar la cafetería para el día siguiente mientras pienso en si no habré sido muy borde con el chico mono.

"Bah, ¿que más da? Otro tío que te puede prometer la luna para sólo llevarte a la cama, y este tiene bastante pinta" pienso.

Con todos estos pensamientos rondándome la mente, apago las luces y cierro todas las puertas del bar. Dispuesta a irme a mi casa para darme un gran baño relajante y vaguear en el sofá como estoy haciendo prácticamente todas las tardes. Que mala es la monotonía.








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