5 "Editado" *

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Mérida

El repetitivo sonido del despertador de mi móvil hace que desee estamparlo contra la pared y que termine esa melodía infernal que me obligue en su día a ponerme para que me despertara, pero lo único que hago es resignarme y levantarme para ir a trabajar. ¿Se puede odiar los martes a parte de los lunes?

En un tiempo récord, al levantarme como siempre con el tiempo justo, me ducho, desayuno y me preparo para ir a trabajar, y con pocas ganas salgo de mi piso para hacer el mismo recorrido que todas las mañanas. No digo que no me guste mi trabajo, pagan bien y los compañeros son geniales, pero cualquiera que estuviera en un trabajo al que no quiere dedicarse en un futuro durante tanto tiempo es normal que al final te aburra ir a trabajar. Además lo que tengo que hacer en él es siempre lo mismo y mecánico y al final me aburre.

Sé que debería dejarlo si no es a lo que me quiero dedicar en un futuro, que debería centrarme en prepárame las oposiciones para entrar en la bolsa del gobierno como profesora de educación infantil, pero después de lo que pasó hace ya tres años, mi vida se ha convertido en una monotonía que yo me he buscado. Como una cobarde me he quedado con lo más cómodo y sencillo. Y sigo en este trabajo porque sino no podría permitirme el lujo de vivir sola.

A las ocho en punto de la mañana estoy abriendo las puertas de la cafetería y como siempre preparo el lugar, enciendo la cafetera y arreglo todo para el primer cliente de la mañana.

Lo bueno de este trabajo es que las horas pasan volando al no tener ni un descanso para fumar. Tomo los pedidos, preparo café, limpio platos y sirvo almuerzos. Así durante siete horas seguidas hasta que llega la hora del cierre.

Me dispongo a lavar los platos para así adelantar faena y poder salir en cuanto los dos últimos clientes terminen sus pedidos. La campanita de la puerta hace que levante la mirada de lo que estoy haciendo y me encuentro con los ojos y la sonrisa canalla del mismo muchacho que apareció ayer a estas horas. Se acerca con pasos seguros y vuelve a sentarse en el mismo taburete que ayer, en frente de mí.

-Hola Flugencia. ¿Qué tal estás hoy?- me dice con esa sonrisa con la que conseguiría bajarle las bragas a más de una que tuviera dos ojos, pero yo continúo con el mismo humor que ayer y sin dar mi brazo a torcer.

-Bien. ¿Quieres algo?- le pregunto seca y haciendo el mismo trabajo que he hecho durante toda la mañana.

-Si. Un café con leche, por favor.- mientras le estoy preparando el café vuelve a hablar.- Me llamo Erik por si te interesa.- y que crea que soy una de las que besaría el suelo por donde pisa me repatea.

-No, no me interesa.- le contesto con mi sonrisa prefabricada. Le dejo el café en la barra y vuelvo a centrarme en seguir lavando los platos y los vasos que aún me quedan por fregar.

-¿Te he hecho algo?-pregunta y por primera vez le veo serio.

-No que yo sepa.- le contesto encogiéndome de hombros.

-¿Y por qué me hablas así?- doy un suspiro largo.

- Perdona. Es que estoy cansada.- y sus ojos se clavan en los míos, seguramente intentando saber si estoy diciendo la verdad o no. Después de unos segundos de silencio vuelve a hablar.

- Perdonada.- le da un trago a su café, lo vuelve a dejar encima de la barra y junta sus manos a la altura de su barbilla.- ¿Me vas a decir cómo te llamas?- y vuelve esa sonrisa de niño bueno, pero este no tiene pinta de ser eso, sino todo lo contrario. Vuelvo a suspirar exageradamente como si me estuviera cansando de su insistencia.

-Virtudes. - le suelto el primer nombre que me viene a la mente.

-¿Enserio? ¿No me lo vas a decir?.- y puedo notar que está observando cualquier movimiento que haga aunque yo siga mirando la cubertería que estoy lavando.

Que Empiece El Juego (1º bilogía Juego) COMPLETAWhere stories live. Discover now