Capítulo 32. Odio

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Odio el sol.

Odio el sol en mi cara.

Odio mi cara de "odio el sol en mi cara".

Me odio por odiar mi cara de odiar cosas.

Quizá piensen que estoy muy enojada, pero eso no es verdad, sólo odio todo y quiero golpear hasta cansarme a Connor y a mi hermano.

Anoche, después de ese incómodo momento, bajé al salón y corrí de la casa a los Bosh. No quería ver al doctor por ayudar a Connor a mentirme y, aunque ahora mi enojo con Ean bajó considerablemente por saber que él en verdad no lo dejo ciego, aún tenía un poco de odio contra él por darle esta oportunidad de mentirme.

Cuando la fiesta acabó y todos se fueron, Connor bajó sólo las escaleras y toda la familia pudo ver la verdad.
Ahora estamos en la playa, ya que, a pesar de estar muy decepcionados de Connor, pensaron que esto pasó por que no somos la familia unida que debemos ser.
Toda una plática sobre el amor familiar después, estamos en una salida todos juntos.
Nadie decía nada, todos estaban como apagados. Ni siquiera Amy estaba feliz, sólo jugaba con la arena tristemente.

—¿Quieres unos sándwiches?— me preguntó la Señora Bosh.

—No— contesté seca.

Ella suspiró.

—Linda, a mi tampoco me gusta estar aquí fingiendo que todo está bien, pero trato de que lo esté...

—Dejalo, amor, yo hablaré con ella— llegó el señor Bosh.

—Miren, no se lo tomen a mal, pero ustedes deberían hablar con su hijo en vez de conmigo, yo solo estoy muy enojada y él parece no sentir nada. A veces pienso que hablo más con ustedes que con mis padres.

Me quité los lentes de sol y miré a ambos. Ellos también me miraban pero podía leer en sus rostros que estaban muy preocupados, así que decidí no ser tan dura con ellos, después de todo ellos no tienen la culpa.

—Lo lamento. Pasé mucho tiempo junto a alguien pensando que me necesitaba y en verdad...parece que sólo era teatro.

El señor Bosh, le regaló una mirada a su esposa y después me tendió su mano.
Tomé su mano y me fuí con el caminando por la orilla del mar.

—Yo tengo cuatro hijos— comenzó a decirme. —Uno se llama Connor, una se llama Amy y también unos mellizos: Ely y Nina. Esos son mis cuatro hijos.

—Ya lo entendí, perdón por decir lo que dije, ustedes son como mis padres también y...

—Dejame terminar, ¿Si?— asentí. —Pues, como todo el padre que soy, me duele lo que les duele a mis hijos.

—No me dolió que hizo— declaré mirando al frente. —Me duele tratar de entender porque lo hizo.

—Yo sé porque lo hizo.

—El dijo que fue muy egoísta.

—Lo es, pero se que quieres saberlo— me tomó la barbilla y llevó mi rostro a su dirección para que lo mirara. —Yo puedo decírtelo.

—Entonces dígame— le pedí. Yo sabía que anoche, Connor les había contado todo y las razones por las que lo hizo, pero yo no había pedido escuchar y salí de la casa, para cuando volví, todos ya estaban en sus habitaciones.

—Debiste darte cuenta. Jamás estuvo tan cerca de tí como cuando estuvo en el hospital o cuando cuidaste de él aquella noche. Él sabía que sólo necesitabas darle la oportunidad para que fueran algo más que...bueno, algo más que lo que eran. El accidente no fue tan grave. Si, lo dejó ciego durante unos días después pero no por todos estos meses.

—¿Así que todo esto fue por que lo rechacé? ¿Esto pasó por mi culpa?— pregunte enojada.

—Algo así, pero no del todo. Diez años de gustarte la misma chica te hace hacer cosas extrañas, más si decides contarle que te gusta y te rechaza brutalmente— se rió, pero yo no le encontraba la gracia.

—¿Usted ya lo sabía?— le pregunté.

—No, el doctor Baker lo descubrió en la segunda cita cuando lo revisó y Connor le pagó para no decirnos de su mejoría. Los dolores y todo eran reales pero en verdad sólo estuvo ciego un par de días.

El darme cuenta de que también les mintió a sus propios padres, sólo me hace querer matarlo más lenta y dolorosamente.

—Ya que no está ciego, yo puedo dejarlo ciego— dije en voz baja.

—¿Dijiste algo?.

—Que ustedes no se merecían que les mintieran así— arreglé. —Ustedes son tan buenos padres y él...

—Y él un chico tan enamorado— sus palabras me hicieron frenar el paso.

—¿Va a decirme que no está enfadado con su hijo?— pregunté.

—Cuando yo estaba tratando de llamar la atención de su madre en la Universidad, fingí que me había roto el tobillo para que ella me acompañara a los vestidores y yo pudiera besarla... ahí fue donde yo...

—¡Okay, ya lo entendí!— lo interrumpí antes de que terminara contándome cosas que no quería ni imaginar.

—Ahí fue donde yo le dije que me gustaba— suspiré.

—Oh, pero un tobillo roto es menos grave que quedarse ciego.

—Pues...yo se que eso no lo justifica pero, quizá su amor por tí también era más grave.

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Odio hablar con un Bosh, porque sé que terminaré de un humor contrario a cuando comenzamos.

El señor Bosh y yo volvimos al lugar donde los demás estaban y, cuando quise sentarme de vuelta en mi silla, había alguien más.

—Muevete— dije seca.

—Es mi silla, estaba en mi ático— contesto sin abrir los ojos cómodamente tomando el sol.

—¿Qué pasó con "Lo que es de Bosh es de Stobbe y lo que de Stobbe es de Bosh"?.

—Esas son palabras de mis padres y los tuyos, no mías, y si de esa frase hablamos...— se incorporó y bajó un poco sus lentes de sol haciendose el galán —...tengo derecho a un par de cositas tuyas.

—¿Así que volvimos al juego?— pregunté refiriéndome al juego de él haciendo comentarios fuera de lugar y yo diciéndole lo estúpido que es. —Bien, si eso es lo que quieres.

—Extrañaba decirte cosas así, nena.

—Idiota— tomé la cubeta de Amy y lo bañé de agua con arena.


Que Seas Mis OjosWhere stories live. Discover now