Primera víctima

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Subo al avión emocionada. Mi estómago revolotea y siento que devolveré el simple desayuno que compré aquí en el aeropuerto. Me siento en mi puesto, sonriente, mientras que el sujeto junto a mí me mira raro. Ruedo los ojos hacia él. Su mal humos no dañará el mío.

Mi mente vaga, imaginado el rostro de Nathaly mientras sufre la tortura que tengo planeada para ella.

No aparto la vista de la ventana, sabiendo que cada nube que pasamos, es un kilómetro más cerca de la primera fase de mi venganza.

En algún momento me quedo dormida, pues la dulce voz de una azafata, más sus manitas agitándome, me despiertan.

—Despierte, señorita. Bienvenida a Tennessee —me dice sonriente.

—Gracias —bostezo mientras me estiro.

El hombre a mi lado ya no está. Todo lo que veo es un montón de gente amontonada en el pasillo. Animales no racionales, pues no saben que estén de pie o sentados, tendrán que esperar a que el pasillo se descongestione. Yo soy de los que prefieren estar sentados.

Una vez el pasillo se descongestiona, bajo del avión. Debo haber estado en el avión un buen rato, pues mis pies están hinchados y mis piernas tan débiles que parecen no soportar mi peso.

Me siento en las sillas metálicas para relajarme, mientras que pienso una y otra vez todo lo que haré para acabar con la miserable vida de Nathaly. No sé qué ha hecho todos estos años, y tampoco es que me interese.

Una vez que mis piernas están recuperadas, salgo del aeropuerto y llamo un taxi. Un mensaje vibra en mi bolsillo. Es de León.

Ya entrando en Tennessee. Su equipaje estará en el hotel a las cuatro.

Reviso la hora. Son las dos. Es perfecto, ya que tendré tiempo de al menos darme una rápida ducha en el hotel y que iré a una hora oscura, donde no podrán verme ir.

El taxista me lleva al hotel. Le pago y bajo. Ruedo mi maleta hasta el lobby, me registro y subo a mi habitación. Una vez en esta, me ducho y descanso un poco. Me dedico a leer un par de páginas del libro que tengo en mi maleta, hasta que escucho que tocan a la puerta.

Reviso mi reloj, viendo que son las cuatro y un minuto. León, siempre tan puntual.

Cuando abro la puerta, él está ahí, con una maleta rosa en las manos. Le agradezco y meto la maleta, sonriendo al ver la hermosa colección de cuchillos y navajas de diferentes tamaños que hay en esta.

—Bien. León, debes quedarte aquí hasta que te avise, ya que tienes que llevar esto a otra ciudad y luego otra. ¿Entendido?

—Sí, Jazz —asevera, con voz neutra.

Asiento. Me visto de negro y tomo la maleta, bajando por el ascensor. Llamo otro taxi y este me lleva a la dirección que saqué de Google Maps, la casa de Nathaly.

El hombre me lleva por calles oscuras y de aspecto peligroso. ¿Qué estará haciendo Nathaly? ¿Tendrá trabajo? ¿Familia? ¿Alguien que la extrañe cuando muera? Borro estas dudas de mi cabeza. «Sin titubeos, Jazztel», me ordeno.

Estoy tan concentrada en el barrio —porque no hay otra palabra para definir este lugar— que el frenazo del hombre me sorprende, haciendo que mi cabeza de un brutal latigazo.

Una punzada de dolor me recorre hasta el hombro, y me sorprende seguir viva luego de tal cosa. Sobo mi cuello y lo giro lentamente. A la derecha. Bien. A la izquier… auch. Cuando lo intento, me resulta imposible pues me duele mucho.

—Tenga más cuidado la próxima, ¿vale? —Le reclamo.

—Tal vez si fueras más mujer y menos niña, no te quejarías tanto —espeta.

—No soy una niña —murmuro, casi inaudiblemente, pero él me escucha y suelta una risotada.

—Lo que digas, niñita —repite y suelta otra carcajada.

Mi sangre hierve y aprieto los puños a los costados, clavándome las uñas en las palmas y blanqueando mis nudillos.

Nadie más me iba a tratar de este modo. Ese es el motivo por el que estoy aquí.

Abro un pequeño espacio de mi maleta rosa y tanteo lo que busco.

Durante mi adolescencia, le insistí a mamá que me metiera en defensa personal y tiro al blanco, donde no sólo aprendí a usar un arco, sino también a lanzar cuchillos.

Sus carcajadas se convierten en un grotesco gorgoteo, mientras se ahogaba con su propia sangre.

¿Qué hice? Fácil, corté su yugular.

Sus risotadas se convierten en murmullos y luego en silencio. El taxista muere, y yo sonrío. Fue mi primera víctima, y se sintió… bien. Excelente, diría yo.

Bajo del taxi, limpiando la sangre del cuchillo en mi pantalón negro y arrastrando mi maleta. El lugar parece desierto, a excepción de una casa. Este lugar es perfecto, pues es de esos sitios donde nadie oye ni ve nada, donde los disparos y gritos son canciones de cuna.

Me propongo a irme a pie hasta casa de Nathaly, pero entonces me doy cuenta que la casa iluminada, es la de mi víctima.

Mi corazón se salta un latido. Estoy en la primera fase de mi venganza. A pocos pasos de mi segunda víctima.

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¡Ujuuu! Ya Jazz cobró su primera víctimaaaa. Ahora las cosas comenzarán a ponerse interesantes. Comenten y voten, me harían muy feliz y subiría capítulos más seguido:). ¡Os quiero chicos!

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