Te amaré por mil años

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Despierto con una radiante sonrisa dibujada en mi rostro, a pesar del punzante dolor de mi cabeza, gracias al alcohol que consumí anoche con Estefania y Nathan luego de la boda.

La boda.

Todavía me parece algo totalmente loco el hecho de que yo, aquella que juró jamás enamorarse, concentrarse en su trabajo y metas únicamente, esté casada con el hombre más perfecto del mundo.

Me muevo un poquito, sabiendo que Nathan está aferrado a mí con fuerza, como si fuera un salvavidas y él un pequeño ahogándose en una piscina.

Con suavidad, aparto su brazo de mi cintura y me levanto de la cama. Quiero que, nuestro primer día como esposos, además de perfecto, sea especial, con una verdadera experiencia de casados.

Entro al cuarto de baño y lavo mi rostro, aún creyendo que cuando ocurra, despierte de este hermoso sueño que se ha transformado mi vida.

Pero no despierto. En realidad, está pasando.

Una vez he terminado en el baño, voy de puntitas a la cocinita que tiene la habitación, lo que la hace parecer más un apartamento que un cuarto de hotel.

Preparo un desayuno completo, tal y como mamá lo haría para papá, mientras sonrío, pensando en que su amor es lo que me ha inspirado a creer que este existe.

Cuando tengo todo listo, sonrío y muerdo mi labio, ansiosa por saber su reacción cuando vea todo lo que he hecho para él, y recuerdo cómo todo comenzó.

¿Quién diría que una pelea comenzaría esto?

En fin. Camino hacia él, con la bandeja de comida en las manos. Sigilosamente, la dejo sobre la mesita de noche y salto sobre Nathan, mientras él se sobresalta y luego ríe.

—Buenos días, esposo —le digo y lo beso.

Su sonrisa se amplia y me abraza con tanta fuerza que creo que voy a vomitar.

—Buenos días, esposa. —Responde, y besa mi frente.

—Te preparé el desayuno —le anuncio, sonrojada.

Me mira con reproche, pero en sus ojos aún brilla esa llamarada de amor.

—No era necesario, Jazzie —asegura.

—Lo sé, pero quería hacer algo que vi hacer a mamá un montón de veces por papá. —Suspiro. Los extraño demasiado.

—Te lo agradezco, princesa —besa mi nariz y se sienta en la cama.

Hago lo mismo, y lo observo comenzar a comer, mientras hace un gesto placentero cuando le da un probado a los panqueques.

—Dios, esto está delicioso —opina, masticando.

—Gracias —río.

Me sonríe, aún masticando, y sigue arremetiendo contra la comida.

Respiro profundo. Mientras cocinaba se me ocurrió una idea, y ahora quiero plasmarla en acciones, y estoy realmente nerviosa. Juego con mis manos sobre mi regazo y suspiro, sintiéndome acalorada.

—Nath… —comienzo, pero no tengo el valor de continuar.

—¿Sí, cariño? —Eso sonó tan al estilo de papá, que dolió.

—Quiero… —trago saliva con fuerza y me obligo a hablar—: Cantarte algo —farfullo.

Él me mira, sorprendido.

—¿En serio? —Pregunta, interesado.

—Sí.

—Pues soy todo oídos —responde, sonriendo.

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