¿Un beso con tu café?

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Despierto con una sonrisa radiante al día siguiente. Hacía muchos años que no me pasaba esto de despertar animada y feliz. Recordar la hermosa noche con Nathan me hace sonreír hasta que me duelen las mejillas. Suspiro, y logro entender de lo que hablan todos cuando se enamoran, cuando están en las nubes junto a su platónico.

Me levanto de la cama descalza y camino hasta el baño. Me cepillo los dientes y lavo mi rostro. Cuando me veo en el espejo, me gusta lo que miro. Mis ojos azules brillan como nunca antes lo han hecho, y ya no luzco cansada, ya no tengo el aspecto de un zombi que siempre ha estado en mi rostro. Esta vez, veo a una mujer segura, no a la niña asustada que solía ser. Veo a una chica enamorada, feliz, con una hermosa sonrisa y una cascada de cabello marrón sobre sus hombros.

Jamás he pensado en el amor. Siempre que un chico se me acercaba a coquetear lo apartaba con amabilidad, enseñando ese falso anillo de compromiso que me compré, o diciéndoles que tenía novio. Esta vez, no me molesta que Nathan me esté empezando a atraer.

Me ducho, mientras canto con voz melodiosa A Thousand Years. Noto que estoy realmente jodida, pues esta canción siempre me ha parecido excesivamente cursi. Y ahora, la canto. Sinceramente, el amor ajeno —o sea, que alguien me ame a mí— jamás ha estado en mis prioridades. Pienso que las personas que lo buscan, lo necesitan —o eso es lo que creen— son personas que no se quieren lo suficiente, y necesitan de alguien que lo haga por ellos, o complete lo que les falta de amor a sí mismos.

Profundo, ¿eh?

Me  seco y me visto con un conjunto deportivo que consiste en un pantalón un poco más debajo de la rodilla, negro, un top de ejercicio rosa Nike y un par de tenis del mismo color.

Desde aquella vez que Heyly me dijo que estaba obesa mientras almorzaba, comencé a hacer ejercicio. Ahora, me doy cuenta de que estuvo mintiendo, que yo siempre fui delgada, pero no quiero perder mi figura, por lo que todavía hoy en día hago ejercicio.

Tomo mi iPod de mi maleta, me coloco los audífonos y subo al ascensor, moviéndome un poco al ritmo de Enjoy The Ride, canción perfecta para hace ejercicio. Un hombre se sube, y siento que me mira los pechos de soslayo. Le lanzo una mirada de advertencia, y él finge estar viendo la pared a mi derecha. Pervertido.

Cuando las puertas metálicas se abren, veo a Nathan de pie frente a estas, con ropa deportiva y las manos tras la espalda. Me mira de pies a cabeza, sin detenerse en ningún lugar a excepción de mi rostro, a diferencia de lo que sé que el pervertido del ascensor hace, que es verme el trasero. Yo me quito los audífonos y salto sobre él, abrazándolo. Me pongo de puntas para rodear su cuello con mis brazos y él me rodea la cintura con sus manos.

—Hola.

—Hola —puedo escuchar la sonrisa en su voz. Sexy.

Rompo el abrazo, pero mantengo mis manos en su pecho —su musculoso y bien definido pecho—, mientras él reposa las suyas a cada lado de mi cadera.

Él me muestra lo que tenía tras la espalda. Son orquídeas. Lo vuelvo a abrazar y quedamos en la misma posición, con los pétalos de las flores rozando mi espalda con cada movimiento que hago.

—¿Para mí? —pregunto, tomando y oliendo las flores.

—Síp. Sé que son tus favoritas. Muchas veces te vi dibujándolas en clases. —Me ruborizo ante la idea de que supiera tanto sobre mí—. Lee la tarjeta.

Busco entre los pétalos lila, con mucho cuidado para no dañarlas ni despegar ninguno, hasta que encuentro un rectángulo blanco, con diseños en este y en una hermosa letra cursiva se lee:

—«Flores hermosas para una mujer aún más hermosa» —leo en voz alta. Es lo más dulce que me han dicho.

Me sonrojo aún más y bajo la mirada para que los mechones de mi cabello escondan el rubor en mis mejillas. Una sonrisa estúpida se dibuja en mi rostro.

Revenge©.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora