Planes fallidos

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Hace una semana que pasó todo aquello, y parece que hubieran pasado miles de años. Ya no siento ansiedad, ni deseos de lastimare nuevamente. Es una sensación gratificante saber que ya acabé con esto, una vez más. Que fui lo suficientemente fuerte como para dejarlo una vez más.

Aunque esta vez, pienso que no fue mi fortaleza lo que me sacó de ese agujero, sino la compañía de Nathan.

Tenemos planeado ejecutar nuestro último movimiento esta misma noche. Es impresionante todo lo que ha pasado desde aquella tarde luego de la reunión, el día antes de partir a Tennessee. ¿Hace cuanto fue eso? ¿Dos años? Sé que no fue hace tanto, pero así se siente.

Todavía hay mañanas en las que despierto y pienso que no es más que un sueño. Mi vida es tan perfecta en estos momentos, que es casi irreal. Pero cuando pienso eso, que mi vida es perfecta, veo las marcas de mis muñecas, y me doy cuenta de que es un lapsus, que algún día acabará.

Sacudo la cabeza, eliminando la idea. «No, Jazz, esto es para siempre, ¿recuerdas?», escucho la voz de Nathan dentro de mi cabeza. Sonrío al pensar en que mi conciencia tiene la voz de la persona que me ama más de lo que me puedo llegar a odiar.

Ruedo sobre mi espalda hasta quedar acostada sobre el otro brazo, y veo la espalda desnuda de mi esposo, mientras duerme plácidamente, respirando con calma. Sonrío mientras suspiro. ¿Él es mío? «Por completo».

Te amo, conciencia, solo por tener la voz que me saca mil sonrisas cada día.

Noto que tiene un lunar en su ancha espalda que nunca había visto. Sonrío y muerdo mi labio inferior, juguetonamente. Hora de que este flojito se levante para el segundo gran día de nuestras vidas.

Acerco mi dedo poco a poco y presiono su lunar como si fuera un botoncito. Él se remueve, pero yo continúo molestándolo con su sexy lunar. Nathan murmura varias cosas raras, aún dormido, lo que me hace soltar una risita tonta.

—Jazz, déjame dormir —murmura, y vuelve a caer dormido.

Pongo los ojos en blanco, aún sonriendo, y con suavidad me levanto de la cama. Rodeo esta, de puntitas, hasta llegar al lado de Nathan. Una vez ahí, me lanzó sobre él, despertándolo.

Para mi desgracia, el plan salió mal, y como acto reflejo, me arrojó al suelo, donde me golpeé la nuca y la espalda, sacándome el aire.

—¡Jazz! —Grita, saliendo de la cama y despertándose del todo. Se tira a mi lado y me revisa por todas partes—. Oh Dios mío, lo siento tanto. ¿Estás bien? ¿Te hice daño? ¿Cuántos dedos ves? Llamaré a emergencias.

Se levanta apresurado, buscando el teléfono. Hago ademán de levantarme, pero corre hacia mí y me arroja al suelo nuevamente.

—¡No te levantes! Puedes haberte desencajado un hueso de la columna y puedes quedar paralítica. —Me reclama histérico.

—Nathan, calma. Solo fue un golpecito. He llevado más fuertes y sigo en una pieza —lo calmo—. No llames a nadie. No es necesario tanto drama, no soy una muñeca de porcelana —me bufo.

—Pero tienes el aspecto de una —dice haciendo un puchero, que me derrite.

—Cierra la boca —ordeno riendo.

—Solo soy sincero, Jazzie —sonríe.

Le saco la lengua, y luego le doy un beso.

—Bajemos a desayunar, nos espera un gran día —le guiño un ojo y me dirijo al baño a ducharme.

Cuando cierro la puerta, me quedo pensando en lo enamorada que estoy como para dejar que Nathan haya entrado de esta manera a mi vida. Jamás pensé en que terminaría vengando mi adolescencia junto al amor de mi vida.

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