Capítulo 11

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El doctor Aranzazu lucía una intrépida insatisfacción difícil de describir cuando parecía satisfecho.

Luego de enterarse del extraño suceso de parte de la médica, decidió sacrificar su día de descanso para ser parte del enigma clínico interesado en la dimensión desconocida del vientre de Légore. Su rostro, que parecía la cabeza entera al no tener una fibra de cabello en su desierto capilar, fabricó la más espantosa pantomima al enterarse de los resultados, que la onda expresiva se reflejó por todo el cráneo.

Obedeciendo la batuta imaginaria en su cerebro, apresuró con sigilo su cuerpo ajetreado de cargar neonatos y contar placentas, encorvado de husmear por años entre las pelvis, para llegar cuanto antes al consultorio de la doctora Swana. Estaba entusiasmado por enterar a su colega de los pormenores:

—Creo que te interesará saber lo que médicamente nos dijo el vientre de la mujer.

—Soy toda oídos —dejó de lado lo que estaba haciendo para centrar la atención en el ginecobstetra.

—No hay desgarro vaginal, ni señales de una episiotomía, ni la presencia de una placenta aunque sí hay indicios de su existencia. Cosa que ya sabías. Por lo que cualquier hipótesis sobre...

—Disculpe la intromisión —dijo la oficial desde la puerta del consultorio que permanecía abierta—. Soy la oficial Eminda, y él es el oficial Frank. Somos del Departamento de Policía...

Ingresaron con la autoridad de sus placas y cruzaron sus manos en señal de saludo. La doctora Swana creyó prudente mencionar sus profesiones.

—Se trata de la señora Légore —dijo la oficial—. Nos indicaron que acá obtendríamos información.

—Creo que llegó a tiempo, oficial —señaló el doctor Aranzazu—. Le explicaba a la doctora Swana, que el cuerpo de Légore no experimentó ningún tipo de parto, justificado igual en los exámenes de sangre que no indican la presencia de algún medicamento o sedante, como para recrear la hipótesis de una práctica clandestina mientras dormía. Supongo que esa sería una de sus preguntas.

—¿Qué cree que pueda haber sucedido, doctor? —preguntó como una segunda opción.

—No lo sé.

—No lo sabe. ¿Está seguro?

—La valoración médica es clara —confirmó la doctora Swana—. No hubo parto natural y menos por cesárea. Y sí estaba embarazada, con cuatro a seis semanas restantes para el parto; lo certifican todas las evidencias que reposan en la clínica, y yo lo testifico que fui su médica durante el proceso de gestación. Lo menciono por si tenía esa pregunta en mente.

—Así es oficial —añadió el especialista—. Y como lo dije, en aras de la ciencia... no lo sé. Pero si requiere de una explicación forzada así no exista, entonces le diré que simple y sencillamente, así no contemos con la capacidad para entenderlo, el feto desapareció con todo y placenta. Es tan complejo como imaginar en esta dimensión terrenal un cuerpo vivo sin el órgano cardíaco, o como imaginar un milagro cuando no se tiene la certeza de la fe. Soy católico. Siempre me encomiendo a Dios en el quirófano. Jamás lo he cuestionado por los resultados y no pienso ajusticiarlo ahora responsabilizándolo de lo que no tengo la más remota idea. Nadie. Ni la doctora Swana que atendió su gestación durante meses. Ni yo. Ni usted... sabemos lo que ha pasado. Si conoce la fe, oficial, pregúntele a Dios a través de ella.

—Sí que es complejo. ¿Intenta decir que alguien con poderes divinos debió sacar el feto del vientre sin necesidad de un escalpelo?

—Nunca mencioné que fueran divinos. Existe el bien, oficial. Igual que existe el mal.

La oficial Eminda gesticuló un sinsabor de desaliento cuando la ciencia médica en las palabras de los especialistas no le proporcionó una respuesta lógica.

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora