Capítulo 46

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Dando cumplimiento a la cita trazada el día anterior en la noche, el doctor Sié y el padre Milson, ingresaron al Departamento de Policía a las once de la mañana, para apoyar a la oficial Eminda en los menesteres de la investigación con nuevas ideas. Se habían puesto de acuerdo en la hora. Cuando se disponían a dar inicio a la reunión llegó el oficial Frank.

—Disculpen —dijo al entreabrir la puerta antes de ingresar a la oficina—. Esto les va a interesar.

Hizo pasar a la mujer.

Era joven. Forjadora de un solo pecado: amar lo ajeno. Lucía una belleza rara oculta en su timidez y la ropa lúgubre. Llevaba puesto un vestido negro y el rostro apesadumbrado que revelaba el luto por el amor.

—Es... la mujer del bar. La que acompañaba al padre Loenzo, digo, al señor Leonzo cuando lo seguí. Fue el día que nos enteramos de su trastorno de personalidad —susurró el padre Milson a los dos.

—Soy Jaila —dijo—, la novia del padre Loenzo.

—¿Novia? —cuestionó la oficial Eminda sin vacilar agigantando el par de ojos que parecieron ocultar la mitad del rostro.

—Amante —corrigió.

Motivada por la azarosa crueldad paranormal de los fetos hurtados, la muerte de Eda Zalom a quien conocía, y la extraña muerte de Gena que estaba en los titulares de los últimos días, pero principalmente, por la infidelidad sentimental del sacerdote al enterarse de su relación con Légore Zenal, ella decidió confesar su pecado a la policía. La confesión incluyó el extraño episodio de penitencia cuando fue chantajeada por el sacerdote en el confesionario para obtener sus servicios lujuriosos, suceso que los dejó atónitos al imaginar que se trataba del padre Leónidas. Ella misma lo ignoraba.

Por fortuna no había ido a cobrarle.

Esperaban la denuncia de algún delito, sin embargo, se trató de un desahogo motivado.

Se marchó igual de temerosa y meditabunda. Igual de resentida.

La oficial Eminda hizo su razonamiento tan pronto salió:

—Por lo que me entero, le dejó su herencia clerical al que no era, padre Milson. Si la diócesis no hace nada al respecto, la iglesia terminará convertida en un mausoleo de pecados expuestos a la entrada. Légore, Jaila y quien sabe cuántas más. Este clérigo si no es para nada un dechado de virtudes; al parecer, los estudios de metafísica los entendió al revés. Si personalmente me afecta el hecho de una desobediencia en el trabajo, no imagino las que debe pasar Dios con tanta deslealtad por perfecto que sea. Y todo por consentirnos con el libre albedrío. Crear la vida es una cosa, pero lidiar con ella suele ser más complejo que su creación. De eso estoy total y absolutamente segura. Como solemos decir en el Departamento de Policía: «para la muestra un botón».

Señaló con la mirada los legajos de documentos relacionados con la investigación que reposaban sobre el escritorio.

—Durante estos meses de apoyo a la policía —expresó el sacerdote—, he aprendido algo que nunca supe durante más de treinta y cinco años de servicio eclesiástico. Que a través de la locura de otros, también se escarmienta y se logra ciertos entendimientos que la razón no permite en condiciones confiables. Sólo espero que la iglesia a la que serví por tantos años, no se convierta en un espejo del templo abandonado del condado de Kentum.

Sus gestos hablaron, y luego de una corta pausa, necesaria para oxigenar los pulmones con suspiros profundos, tomaron los fajos de documentos que comenzaban a convertirse en una abultada carga emocional de delitos inverosímiles, con el ánimo que al releerlos, cualquier detalle los inspirara en el avance de la investigación donde el mal les llevaba la delantera.

Sería un largo día de trabajo.



Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora