Capítulo 28

22 7 0
                                    

Luego de un silencio de dos días, que acogió como retiro espiritual obligado en su casa para intentar recuperar la paz que otros habían perturbado, decidió que era hora de hacer algo.

Por esos dos días no habló con nadie. No contestó el teléfono ni el correo digital. Se dedicó a leer la primera carta a los Corintios para reflexionar sobre la muerte a la luz de la resurrección de Cristo, y a orar. Imploró por el alma de su amiga y le dio la cara a Dios. Para el tercer día su respiración era menos agitada y sus ideas fluían con más claridad. Madrugó, oró, tomó la taza de café habitual y se dirigió a darle la cara a alguien más.

Ingresó al Departamento de Policía.

«Le dio un infarto al tratar de quitarse la vida luego de quemarse la mano». Leyó la noticia impresa de la web.

—¿Y ustedes creen esa estupidez? ¡La asesinaron! Acá está el correo de prueba y la evidencia —manifestó a la oficial Eminda y al doctor Sié.

Desdobló las hojas que guardaba en la agenda. Había impreso el cuerpo del mensaje enviado por Eda. Y adicional, llevó impresos tres de los certificados que se salvaron de morir arrugados y destrozados por su ira.

La oficial Eminda los leyó.

—¿Eso es todo, padre Milson?, ¿algunos documentos que revelan nombres trocados? Formularán un problema de dislexia y asunto cerrado. ¿Qué tenemos del asesinato de Eda después de dos días? Nada. Ni siquiera el ripio de una hostia para acusarlos. Meras suposiciones que de nada servirán en un tribunal.

—Todavía falta el informe de la autopsia, oficial. Tal vez se pueda configurar el homicidio con todas las evidencias.

—Si no hallan evidencia real dudo que eso ocurra, doctor Sié. Ya estoy sazonada en los asuntos de la justicia. Hay fiscales expertos en acusar, y ni aun así, logran articular una culpa perfecta cuando se trata de declaraciones supersticiosas aportando en la configuración de un delito. Nadie se atreve a acusar al diablo cuando no conocen su paradero, pero irónicamente saben que habita en todas partes. Además, de qué serviría, si los asuntos eclesiásticos tienen como punto de partida su propia justicia social aparte de la divina. Y si la justicia civil cojea..., la legislación canónica en manos de los tribunales inquisidores del clero no lo hace nada mal cuando anda con un solo pie y no conoce las muletas.

Sorbió del vaso de agua que tenía servido sobre el escritorio.

—En cuanto a las conjeturas de su muerte —prosiguió—, estoy de acuerdo con usted, padre Milson. El título es una porquería. Suena sugestivo para los curiosos, pero nada convincente. Tiene que ser uno muy estúpido para aceptar que si alguien intenta suicidarse comience por cortar sus uñas, a menos que lo haga con todo y dedos.

La oficial Eminda hacía referencia a la laceración de la mano en una acción de cero probabilidades de muerte. El padre Milson tragó un sorbo de saliva por el comentario que le produjo un ligero escalofrío.

En cuanto al razonamiento, coincidía con la oficial Eminda, sin que lo hubieran discutido.

El interés del asunto y la temática de su nueva profesión le estaban agudizando el olfato y la intuición. Ya contaba con la sagacidad, la velocidad y la convicción de un galgo español con su talante faraónico, a las que se sumaba su fe y la rectitud.

—Esto se enreda cada vez más... Me pregunto si fue buena idea haber permitido su ayuda, padre Milson. Sus acciones están incrementando el trabajo y generando más revoltijos cuando bien enredada está la cosa.

—Le recuerdo que usted aprobó mi visita a la casa cural para hacer algunas averiguaciones.

—Esa sí. No su intromisión y acusaciones cuando no es de su incumbencia.

—Por lo que percibo... parece que el padre Leónidas ya habló con usted, oficial.

—Intente mantenerse al margen de ciertas responsabilidades y controle su carácter inquisidor. Es un buen consejo.

—Mira quien habla —balbuceó.

—¿Alguna objeción, padre? Recuerde que usted es un invitado en este tema para saberes específicos —finiquitó.

—Pensaba... que no tiene que ser ese el análisis. Desanudar una parte del problema sin todos los datos claros puede incrementar el problema. Pero... imagine, que estamos descubriendo todo el hilo enredado en el ovillo, que más adelante facilitará el esclarecimiento de todas las dudas y acertijos, al reconocer el origen de la punta que podrá desatar hasta el desenlace. Recuerde, oficial Eminda, que se trata de una cadena de robos inusuales, que por sus características paranormales, no esperará encontrar explicaciones racionales o científicas. ¿No es así, doctor Sié?

—Es correcto —respondió.

—Gracias por recordarlo, padre. Pero no olvide que si todo este asunto está relacionado, ya hay un asesinato de por medio. Y es probable que no sea el único —aclaró la oficial Eminda.

—Loenzo Espetia... Leonzo Estepia. Leónidas Nazóm... Neólidas Mazón.

Susurró el doctor Sié un par de veces los nombres, al leerlos de las impresiones entregadas por el padre Milson a la oficial Eminda, que tras una rápida ojeada y un decente análisis, con gusto depositó sobre el escritorio.

Mientras lo observaban cavilar, reanudó con lo que tenía en mente:

—Es increíble... Es... como si todo estuviera previsto. Dos sacerdotes con trastorno de personalidad que pertenecen a la misma parroquia, y de forma curiosa, los nombres de sus otras personalidades son los mismos, con algunas leves variaciones que pasarían con facilidad desapercibidas. Un raro suceso que debe ser único en el mundo. Y es justamente esta rareza, la que obliga a relacionarlos con la desaparición de los fetos desde los vientres. Otro caso insólito y único en el mundo.

No se pronunció una palabra más.

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora