Capítulo 23

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El doctor Sié, se ofreció en realizar una sesión de parasicología experimental basada en la regresión de memoria a través de la hipnosis, para escarbar en la mente de Légore y hacer que recordara lo sucedido aquella noche traumática. Aunque su hermana Analé, no estuvo de acuerdo con el procedimiento terapéutico por las enfermedades de naturaleza siquiátrica, que podían despertar como consecuencia de la experiencia. Ella sabiamente le manifestó:

—Es absurdo pensar en adquirir una enfermedad que ya existe. Lo que haya pasado sin importar lo que sea, ya ha despertado los miedos irracionales que tienen mis emociones y sentimientos al borde de la locura.

No había qué discutir.

Lo que Légore y su hermana desconocían, era que, habría algunas otras averiguaciones adicionales. No podían desperdiciar la oportunidad de obtener más información relacionada con el padre de su hijo, y el interés de alguien que pudiera estar inmerso en el suceso para hurtarlo de su vientre.

Las preguntas tenían su orden temático, y antes que la concepción, debían hallar el dueño de la causa. Y por último, algún rastro del dueño de la otra causa: la desaparición del feto.

—¿Quién es su compañero sentimental?, ¿desde cuándo lo conoce?, ¿ha estado embarazada?, ¿cómo se llama su hijo?, ¿quién es el padre?

Cada pregunta fue consecuente con la otra luego del relato.

Las respuestas no eran para nada furtivas, y en su descripción casi visual, tenían vida propia, con las escenas aferradas como eslabones que desembocaron en el mismo personaje: el señor Leonzo Estepia.

En seguida, el episodio padecido durante la traumática noche en la que supuestamente dormía, narrado por Légore al doctor Sié y el padre Milson que lo acompañó, comprobó que había experimentado los notables síntomas de un parto, sin que el nacimiento se haya producido en la realidad de su cuerpo físico. Pero ocurrió en la dimensión donde se llevó a cabo. Las sensaciones fueron las mismas. Por desventura, no se pudo conocer al obstetra paranormal que recibiera a Marcus y cortara el cordón umbilical transformado en hilos de silencio, que sólo podían ser vistos y escuchados por Dios. Sin embargo, dijo que lo oyó hablar cuando en el sueño reclamaba con autoridad lo que era suyo: «Quiero verlo. Es mi hijo».

—¿Y qué dijo él, Légore?, ¿qué respondió el que atendió el parto?

Insistió el doctor Sié.

«Ahora le pertenece al mío», dijo ella.

Al reconstruir el episodio del nacimiento, la satisfacción del doctor Sié no pudo ser mejor cuando escuchó las palabras pronunciadas por el obstetra del mal en la voz de Légore. Ahora sabía con certeza que Marcus, su hijo, tendría el triste placer de albergar el alma del hijo del demonio.

Como lo pronosticó: su llegada sería a través del feto que fuera digno.

Al final de la sesión, se había confirmado lo que la ciencia médica sabía y no sabía. Hubo un nacimiento real, y paradójicamente, fue un nacimiento ficticio al mismo tiempo.

Analé no se había equivocado. Pero tampoco Légore. Haber sido sumergida en el retroceso de un momento que nunca quisiera volver a vivir ni recordar, no la devolvió mejor, pero tampoco podía asegurarse que empeoró su estado emocional cuando ya compartía con cuatro conmociones en el alma: la zozobra, el miedo, el rencor y el trauma psicológico.

Es probable que en la amplitud del mundo eclesiástico y sus pecados, Légore no haya sido la única en concebir un hijo de un sacerdote. Pero la posibilidad de que ese sacerdote estuviera marcado por el diablo, y auspiciado por un compañero de vocación que coincidiera tanto en los pecados como en el trastorno de personalidad, era única. Eso la convertía en la mejor opción.

El doctor Sié ya tenía la respuesta para la pregunta, que quedó anclada y peligrosa al borde del precipicio de la lengua de la señora Eminda:

«¿Qué hace diferente a Légore Zenal de otra mujer que también haya concebido un hijo con un sacerdote, para que el demonio la apetezca?».

Lo dedujo luego de la reflexión sobre la llegada del líder, al concluir que, sería a través del feto que fuera digno... Lo que nadie tenía claro, eran las características de ese líder en el codiciable árbol genealógico del mal, cuando la violencia era el plato fuerte en la ciudad de Nueva York.

Demasiados jugando a ser malos. Pero este no era un mal cualquiera...

Un día después de la sesión de regresión... en horas de la mañana, luego de tomar el desayuno y leer el periódico con la luz del alba acariciando el día, el padre Milson se dispuso a ir a la casa cural para visitar a su amiga Eda.

La noticia en primera plana de un nuevo feto «hurtado» con todo y vientre, sin que éste haya sido arrancado de forma literal, activaron la imagen clerical de su amigo Loenzo, recordando el rostro hierático desde su llegada a la parroquia por el que muchos reconocieron su profesión.

Fue once años atrás. Tenía la vocación tatuada en los gestos faciales, los ademanes corporales y la voz. Su apariencia levítica sin el vestido talar, era inconfundible. Y el padre Milson, ahora tenía una enorme incertidumbre tatuada en su conciencia respecto al fervor y misticismo de su amigo.

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora