Capítulo 26

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El espectro de carnes llegó sin ser invitado. La sotana oscura parecía una sombra más en el dormitorio. El alzacuello blanco era la lámpara de orientación. Pero el perverso guía estaba dentro de su personalidad, y para ver no hacía falta luz; necesitaba oscuridad.

Llegó caminando con pasos de silencio como si hubiera levitado en nubes de pecados. Allí, sobre la cama, estaba la víctima. Tenía el edredón a las rodillas por la noche calurosa. Estaba de lado. La piyama blanca dejaba apreciar la geometría de su figura redonda, que de no llevarla puesta, por el color de su piel, se había esparcido como una mancha humana en la oscuridad. Era la pequeña hostia negra de los veinticinco años de servicio en la parroquia. De sus oídos salían los audífonos que llegaban a su celular. La parca bailaría el vals de la desgracia percutiendo con las figuras musicales: blanca, negra y silencio de negra que llegaría con su muerte.

El espectro de carnes retiró la almohada con brusquedad que la cabeza sintió el vacío. De inmediato giró su cuerpo, y abrió los ojazos negros para apreciar un alzacuello blanco volando en el aire, que se posó sobre su cuerpo sujetando los brazos con los hinojos para inmovilizarla.

El grito no tuvo tiempo de salir cuando fue enclaustrado con la almohada taponando sus fosas nasales y su boca. Se fue hacia dentro y recorrió su cuerpo con el eco remando por la sangre. Fueron muchos los alaridos que quedaron atrapados al interior, cuando el victimario con su mano izquierda se había aferrado a la mano izquierda de la víctima, restregando el símbolo diabólico como un jabón de fuego, que encendido, le calcinó la palma de la mano.

El síndrome del túnel carpiano que padeció por años había sido asesinado antes de quitarle la vida.

Un pago inmerecido para una vida consagrada.

Sus ojos negros nadando en la esclerótica gritaron como nunca lo habían hecho. Los gritos podían verse dibujados en el rostro. La almohada sobre su boca amordazó desde un simple susurro hasta un enorme latido cuando su corazón sin oxígeno creyó explotar. La plácida muerte le llegó al experimentar una sensación de opresión, cosa que era cierta, porque el demonio con todas sus huestes habitando en su espíritu reposó sobre su pecho. La angina rápidamente evolucionó en un infarto.

No tuvo tiempo de despedirse del padre Milson.

Ya se enteraría.   

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora